ESTÉTICA
Y ARQUEOLOGÍA: DIFICULTADES Y PROBLEMAS.
César Velandia
Doctor en
Ciencias Naturales por la Facultad de Ciencias Naturales y Museo
de la Universidad Nacional de La Plata. Museo Antropológico
- Universidad del Tolima, Colombia Email: velandiacesar@hotmail.com
Ponencia presentada en la Segunda Reunión
Internacional Teoría Arqueológica en América
del Sur (TAAS II) Olavarría, Octubre 4-7 de 2000. Departamento
de Arqueología Facultad de Ciencias Sociales UNCPBA.
Uno de los obstáculos, si no el más incisivo,
que enfrenta el análisis arqueológico para manejar
una información de la cual se presume que tiene un valor
significativo, como sería el caso de los restos de una cultura
que, aparte de su "otredad" se encuentra en el pasado, estriba en
la posibilidad de entenderla en su dimensión estética.
Esto ocurre porque el común de los arqueólogos, formados
en la tradición positivista de la antropología, han
eludido estos tremedales teóricos so pretexto de su impertinencia
como tema para una perspectiva científica.
"...El motivo del desinterés en cuestiones estéticas
es ese miedo institucionalizado que tiene la ciencia ante lo inseguro
y discutible, pero no el miedo del provincianismo ni del abandono
de los planteamientos muy por detrás de los temas a que tienden..."
(Adorno; 1980:432)
Considero, por el contrario, que es imprescindible el abordaje
de los objetos culturales y de su contexto en el registro arqueológico
desde una perspectiva de lo estético o, más claramente,
desde una reflexión donde la condición estética
de las producciones culturales sea por lo menos tratable con algún
nivel de objetividad. Para ello se requiere precisar una noción
crítica, pues de dicha comprensión dependen los conceptos
necesarios para la aproximación de una interpretación
de las iconografías prehispánicas.
Al intentar hacer una lectura de la situación aparecen
dos referentes: Uno, la condición estética de los
objetos puestos en discusión y que hacen parte del registro
arqueológico y dos, la postura crítica de quien intenta
dicha lectura. En el primer caso la discusión sería
si el objeto en cuestión es o no producido mediante un proceso
que le confirió tal carácter y en el segundo, desde
qué criterios se definen las categorías de lo estético
o, cómo es que se define a alguna cosa como estética.
Esta situación nos lleva a la discusión sobre la categoría
de lo estético y de cómo se producen los hechos de
cultura que se denominan como estéticos.
Para los efectos de esta exposición sería impertinente
abordar un debate entre las distintas aproximaciones filosóficas
del arte o de la teoría estética que, aparte de exponer
la diversidad de criterios en pugna, al final nos llevaría
de todas maneras a preguntar de qué manera voy a asumir una
perspectiva al respecto. De tal suerte, prefiero empezar por aquí
y la tarea será, entonces, definir de qué modo entiendo
y asumo un concepto de lo estético.
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Petroglifo. Tibacuy, Cundinamarca
(Colombia). Foto: D. Martínez, 1998.
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La noción más elemental de la que podría
partir, me remite al origen mismo del término que, según
Adolfo Sánchez Vásquez, se debe al filósofo
alemán Alexander Baumgarten quien hacia mediados del siglo
dieciocho "...construye la primera teoría estética
sistemática a la que da, también por primera vez el
nombre de Estética (del griego aisthesis, que significa
literalmente "sensación", "percepción sensible"..."
(Sánchez Vásquez; 1992:26). Esta noción se
encuentra en la base de la más primaria relación del
hombre con su entorno natural y social y en su sentido más
simple supone el medio de contacto entre el hombre y el resto de
la naturaleza.
Dicha condición de ser, en tanto parte de la naturaleza,
"...seres naturales, sensorialessensitivos..." (Márkus;
1974:8), es común al hombre y las demás formas animales
pues supone la posibilidad misma de la supervivencia; es la percepción
sensible del entorno lo que permite a los seres vivos dar una respuesta
apropiada a las contradicciones que se plantean entre cada uno y
su condición natural, es decir, lo que le permite definir
a cada especie, a cada espécimen, el modo de su actividad
vital. Pero es "evidente" para el sentido común,
que el hombre es diferente del resto de los animales. Sin embargo,
esa diferencia no es realmente tan evidente, en el sentido de que
esté perfectamente comprendido el cómo de la misma.
Veamos por qué:
György Márkus en su célebre trabajo sobre la
concepción filosófica del ser humano en la obra de
Karl Marx, inicia su análisis del concepto de "...el hombre
como ser natural universal..." de la siguiente manera:
"...El punto de partida de las investigaciones marxianas es
la convicción materialista - naturalista de que «el
hombre es una parte de la naturaleza» [Marx; 1968:111],
esto es, un ser natural material, sensorial - sensitivo, originado
como tal a consecuencia de determinados procesos naturales inconscientes.
Se trata, naturalmente, de un ser natural vivo, que sólo
puede subsistir por su constante intercambio o metabolismo con la
naturaleza; el hombre asegura ese intercambio mediante su propia
actividad vital: es un «ser natural activo»..."
(Márkus; 1974:8).
Esta característica de ser un ente natural activo puede
predicarse de cualquier forma animal pues en rigor es el modo de
la actividad lo que define el ser específico de cada especie.
Así, hay un modo de actividad - ornitorrinco que al tiempo
que especifica al ornitorrinco como tal, lo diferencia del platelminto
el cual, a su vez, está especificado como tal, por su modo
de actividad - platelminto. Es por esto que Márkus prosigue
argumentando: "...La naturaleza y la causa de la diferencia entre
el hombre y el animal radican en la diversidad de sus respectivas
actividades vitales [...] Lo que ante todo distingue al hombre del
animal es una específica actividad vital, la cual constituye
su mas propia esencia. La actividad vital del hombre es el trabajo..."
(Márkus; 1974:9-10).
A partir del concepto elaborado por Marx sobre el trabajo, se
ha generalizado una explicación, debida sobre todo a la difusión
escolar, en la cual se incurre en una simplificación o, mejor,
simplismo pedagógico cuando se recita a los estudiantes que
"el hombre, por medio del trabajo, transforma la naturaleza
y la pone a su servicio". La obvia reducción del
concepto marxiano adquiere un tinte metafísico cuando reduce
el trabajo a una mediación mecánica entre el hombre
"...y..." la naturaleza de manera que, inevitablemente, el
hombre queda afuera de la naturaleza; pues, por lo contrario,
y como ya advertimos, la noción de Marx se origina en la
noción de que "...el hombre es una parte de la naturaleza..."
La dificultad estriba en cómo explicar que al mismo tiempo
que el hombre es "...parte de la naturaleza...", es diferente
de ella; es decir, que la explicación incluya la contradicción.
Al respecto, Marx explicita que "...el trabajo es [...] un proceso
entre el hombre y la naturaleza, un proceso en el cual el hombre
media, regula y controla por su propia acción su metabolismo
con la naturaleza..." (Marx; 1959:T.1, 130) Un concepto por
demás lejano de la lección escolar antes aludida,
pues en ninguna parte Marx ha dicho otra cosa. Por el contrario,
todas las referencias a dicha relación (entre el hombre y
la naturaleza) insisten en que es el producto de un proceso: "...El
trabajo, la producción, acarrea no sólo la apropiación
de la cosa por el hombre, sino también la objetivación
de la actividad, del sujeto activo: en el producto, el trabajo está
«...objetivado y el objeto está trabajado. Lo que por
el lado del trabajador aparecía en la forma de la agitación,
aparece ahora, por el lado del producto, como propiedad en reposo,
en la forma del ser...» [Marx; 1959:T.I, 133] ..." (Márkus;
1974:12).
Dicho de otro modo y, atendiendo más a las conectivas generadas
por el proceso (metabolismo, lo llama Marx) entre el hombre y el
resto de la naturaleza, que entre la naturaleza como objeto y el
hombre como sujeto del proceso, lo que en definitiva transforma
el hombre mediante el proceso del trabajo es el modo de la relación
(entre él y el resto de la naturaleza) en que se halla (objetivamente)
en un determinado momento de su historia. Esto significa que en
cada momento los hombres se encuentran condicionados y determinados
por unas específicas relaciones (objetivas y subjetivas)
producidas entre ellos y entre ellos y el resto de la naturaleza;
de tal suerte que en cada momento existe un modo específico
de dichas relaciones. Este modo específico es el que
es transformado mediante los procesos del trabajo social para generar
unas condiciones que posibilitan la transformación de la
sociedad de un modo determinado. "...Los hombres tienen historia
porque tienen que producir su vida, y la tienen que producir de
un modo determinado..." (Marx; 1970: 31,n.)
Más enfáticamente, lo que en rigor se transforma
por medio del trabajo no es la naturaleza sino el modo como
los hombres (en un determinado momento de la historia) se encuentran
articulados o, mejor, relacionados con el resto de la naturaleza.
Lo que se cambia o se altera es el modo de la relación
y no (mecánicamente) los referentes de la relación
(hombre "... y ..." naturaleza). De esta manera el "...
y ..." de la explicación escolar desaparece puesto que
los hombres no pueden ser entendidos, ahora, sino como parte de
la naturaleza, segœn el predicamento de Marx. Como consecuencia
de esta transformación la naturaleza, afuera del hombre (pues
de todas maneras puede haber una naturaleza sin el hombre), se encontrará
"también" transformada pero no de manera natural, sino como
naturaleza humanizada, no ya como consecuencia del proceso de la
historia natural sino como efecto del proceso de la historia humana.
Que el hombre degrade la naturaleza o incluso la destruya (y con
ello sus propias condiciones de supervivencia) no es una consecuencia
directa de esta relación ni de la esencia misma del hombre,
el trabajo, sino mas bien del desarrollo de prácticas económicas
y políticas irracionales que tienen que ver, mas con la forma
como se comprende el modo de la relación del hombre con el
resto de la naturaleza, que con el modo mismo de los procesos de
transformación. El modo de las relaciones entre los hombres
y entre estos y el resto de la naturaleza, en cada momento determinado,
es lo que constituye, en rigor, la naturaleza humana. Esto quiere
decir que en cada momento de la historia, cada pueblo, cada comunidad
humana, tiene una forma particular de articularse con el resto de
la naturaleza pues tiene una forma también específica
de producir su propia existencia social.
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Petroglifo. Tibacuy, Cundinamarca
(Colombia). Foto: D. Martínez, 1998.
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El trabajo, como actividad vital del hombre y que en esencia lo
define como ser natural humano, es un proceso de apropiación
práctica de sus condiciones materiales de existencia que
se construye a partir de la forma como los hombres se relacionan
sensiblemente con su entorno. Esta relación
la entiendo como una manera de apropiación sobre la que se
construyen todos los procesos de abstracción de la realidad,
por lo tanto es una forma del conocimiento. De tal suerte, La "relación
estética" del hombre con la realidad más elemental
que pueda producirse es, de hecho, una relación de conocimiento
en cuanto la conciencia del entorno físico, natural, no es
posible sino mediante la acción (conciente o inconsciente)
de las extensiones sensoriales (cinco o más sentidos) que
permiten su percepción y luego, su transformación
sensible conditio sine qua non su aprehensión gnoseológica.
Dicha apropiación estética es histórica en
la medida que las relaciones sociales se desarrollan para producir
unas nuevas relaciones y una nueva objetivación del mundo
y por lo tanto se generan modificaciones de la manera como se apropia
estéticamente la realidad en un momento dado.
En la medida que esta forma peculiar de instalarse en una realidad
y al mismo tiempo de construir una conciencia de ella, es el principio
mismo del ser del hombre, la aproximación estética
de dicha realidad no sólo es imprescindible para la confirmación
de las fuerzas de su ser social, sino una condición de toda
vida en sociedad al punto que se caracteriza en la vida cotidiana
como vivencias estéticas. "...La actitud estética
produce en el hombre vivencias estéticas [...] La actitud
estética hacia la realidad no se manifiesta sólo en
las vivencias sino también en la actividad creadora del hombre,
en la fabricación de objetos de uso diario, en el arreglo
del medio que lo rodea, del vestir, de la alimentación. En
todos estos campos tratamos de aplicar nuestra idea de la belleza
("medida estética"), que puede manifestarse como orden o
regularidad simetría, armonía de formas, sonidos,
colores, ritmo pero también como alteración
de la regularidad..." (Bélic; 1983:31-32)
De esta manera, podríamos distinguir dos instancias de
la estética. Una, que tiene que ver con los contenidos y
perspectivas como los individuos sociales asumen (sensitiva e intelectivamente)
el modo de sus relaciones y otra, la que reflexiona sobre el modo
y la cualidad de sus construcciones mentales. Así como la
historia, habla de la historia, puedo decir que la estética
habla de la estética. Es decir, que la estética no
es solo una construcción intelectiva que reflexiona sobre
su objeto, lo estético, sino que este, la función
estética, es objetivable como un hecho. Para lo cual propongo
la distinción (igual que de la historia) entre una aesthética
res gestae y una aesthética rerum gestarum
.
"...Esta distinción se basa en la concepción
filosófica, implícita o explícita, que acepta
dos órdenes distintos de cosas: por una parte, la realidad
que existe fuera e independientemente de cualquier espíritu
cognoscente; por otra, el pensamiento relativo a dicha realidad.
Solamente en el contexto de esta concepción y de esta distinción
se plantean los múltiples problemas de la teoría del
conocimiento que [...] también son válidos para la
teoría de la historia..." (Schaff; 1974:156)
Y por las mismas razones, también válidos para una
teoría de la estética. La distinción y la relación
que he planteado entre los procesos de percepción y conocimiento
de la realidad nos permiten adoptar un criterio para abordar los
hechos de cultura que componen el registro arqueológico pues
se requiere antes que ningún otro paso, poner la suficiente
distancia entre nuestra perspectiva estética y los objetos
(estéticos) de la cultura material ajena, puestos en nuestra
mesa de disecciones. Y también avanzar un tanto en la conjetura
sobre los contenidos o significaciones del discurso de que hacían
parte.
Al llegar aquí pienso que al menos tengo algunas precisiones
para afilar las herramientas con las cuales puedo intentar la disección
de la información en el registro arqueológico; sin
embargo, aún resta por aclarar algunas nociones que tienen
que ver ya no con el concepto desde el que se habrán de enfocar
los restos y pedazos del registro que se investiga, sino más
bien con los puntos de vista dominantes en este fin de siglo acerca
de lo estético y el arte en nuestra sociedad y (ya veremos
por qué) de la manera como esta visión particular
afecta la perspectiva del enfoque que pretendemos sobre las cosas
de las sociedades aborígenes.
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Petroglifo. Tibacuy, Cundinamarca
(Colombia). Digitalización: D. Martínez,1996
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Para la mayor parte de los teóricos del arte contemporáneos
el arte ha terminado por definirse de acuerdo a una forma particular
suya, la pintura y dentro de esta, la pintura de caballete. Después
de la crisis de las vanguardias (que desde los tiempos del impresionismo
trataron una tras otra de abrir un espectro plural del arte) finalmente
se impuso el gusto y la perspectiva burguesas que asumieron el riesgo
de parecer modernos, a tal punto que la noción general del
público, bajo la dictadura de los mass media,
entiende el arte como cosa para mirar y la obra de arte como
cosa para colgar sobre una pared. Una y otra nociones han generalizado
la idea de que la función y finalidad del arte estriban en
la posibilidad de que la obra pueda ser "contemplada". Esto
del arte como contemplación, se me antoja una reducción
flagrante de un concepto más universal y diverso del arte,
al cual concepto habíamos llegado luego de muchos debates
en los años setentas y en particular de la mano del maestro
mexicano Adolfo Sánchez Vásquez, de quien recogimos
la noción de que el arte no podía definirse ni por
una forma suya particular (pintura o escultura u otra...) ni por
una tendencia histórica en especial (impresionismo, realismo,
etc.) so pena de cerrar lo que de suyo debía ser abierto
o reducir lo que debía ser diverso.
"...El concepto del arte ha de ser abierto porque la realidad
artística como creación está siempre
abierta. Es decir, la apertura entendida como proceso constante
de creación, de aparición de nuevos movimientos, corrientes,
estilos, y de nuevos productos artísticos, únicos
e irrepetibles está en la esencia misma del arte..."
(Sánchez Vásquez; 1984:40)
De tal manera que en una definición del arte no podría
asumirse ni el carácter esencial que podría tener
el arte de una época dada, ni una manifestación particular
suya. Sin embargo, veinte años después (como en una
novela de Dumas), nos encontramos que el maestro ha variado su punto
de vista tantas veces argumentado.
Así, en una de sus obras últimas, "Invitación
a la Estética", esgrime como noción conductora de
su nueva postura teórica, el concepto de que el arte, o mejor,
la obra de arte, tiene como función y finalidad la contemplación
y que la noción de la estética, es un hecho de la
modernidad; vale decir, que reasume las nociones básicas
que fundamentaron el desarrollo del arte burgués bajo la
Žgida del capitalismo, contra las que tantas y duras batallas había
ganado. No de otra manera entiendo esta reducción del arte
a una forma singular suya, las artes visuales, y que la noción
de la estética, que habíamos entendido como diferenciada
de la noción del arte, aparezcan ahora como una identidad.
En este sitio no me interesa romper lanzas en un debate sobre
la modernidad, ni dirimir si la estética es un producto suyo
o no. Lo que me llama la atención es que el maestro haya
acudido, para distinguir los términos de su argumentación,
a poner como referentes la imagen rupestre de un toro saltando en
una pared de Altamira, una pila bautismal del Siglo XVI y la escultura
de "nuestra señora, la de la falda de serpientes", la Coatlicue,
de los cuales se pregunta "...¿Cómo han podido
producirse sin finalidad estética objetos que, sin embargo,
funcionan para nosotros estéticamente?..." (Sánchez
Vásquez; 1992:95 s.s) a partir de la consideración
de dos hechos: "...primero, que ciertos productos del trabajo
humano (pintura rupestre de Altamira, pila bautismal belga, escultura
azteca) no fueron producidos para que funcionaran estéticamente;
y segundo, que estos objetos, así producidos, funcionan hoy
estéticamente..." (Ib.Id. p.96)
Pero, a riesgo de desestimar el argumento, quiero asumir la pregunta
del maestro Sánchez Vásquez para mostrar cómo
y en dónde se inician las dificultades para intentar la comprensión
de las expresiones o, por lo pronto, imágenes significativas
de las sociedades prehispánicas. Al respecto, considero que
la refuncionalización estética que se ha hecho de
los restos culturales del pasado de otras sociedades y que finalmente
se las haya reconocido como obras de arte no depende tanto de las
características intrínsecas de tales objetos como,
mas bien, de una transformación en las nociones de la cultura
acaecida desde finales de Siglo XIX, pero especialmente en el Siglo
XX.
Esta transformación constituye en realidad una nueva mirada
o una nueva manera de interpretar el pasado y en particular una
manera distinta de interpretar los contenidos de las formas culturales
exóticas. Así, los cacharros de cocina, las urnas
funerarias o los objetos cultuales una vez extraídos del
contexto cultural depositado (en condiciones naturales, habrá
que advertirlo), y colocados sobre un pedestal o dentro de una vitrina
en un Museo, han perdido las relaciones que los ataban aún,
funcional y significativamente, con su pasado para inscribirse en
un contexto completamente distinto y arbitrario pues ninguno de
tales objetos (aún si hubieran tenido una intención
o función comunicativa como sospechamos de los petroglifos,
por ejemplo), se hizo para establecer alguna relación con
otro contexto cultural, es decir, ninguno estuvo destinado a ser
leído o interpretado. Y aún suponiendo que la lectura
que se hiciera de ellos, tuviera cierto valor como reconstrucción
objetiva, de todas maneras habría sido hecha desde un cierto
punto de vista cultural, sería de todos modos una lectura
"interesada"
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Petroglifo. Tibacuy, Cundinamarca
(Colombia). Foto: D. Martínez,1998.
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De tal manera, la lectura estética que se haga de los restos
y pedazos de otras culturas, y en especial si se trata de culturas
con las cuales nuestra cultura tiene cierta relación contradictoria
por cuanto heredamos también las culpas de la Conquista,
será una interpretación subjetiva desde el punto de
vista estético de la cultura a que pertenecemos. No conocemos
el canon estético, ni siquiera hemos descubierto sus sistemas
de medida y por lo tanto también desconocemos los principios
en que se fundamenta la composición (relaciones llamadas
de equilibrio, armonía, ritmo, etc. , en nuestro canon) de
sus construcciones o artefactos.
Pero ordinariamente los intereses desde los que se miran los restos
arqueológicos no son tan académicos como a primera
vista parece una pregunta por la calidad estética de los
mismos. Existen intereses menos altruistas, como los que han ilustrado
innumerables empresas de descubrimiento y rescate de lo que ahora
se ha dado en reconocer como "patrimonio de la humanidad"; empresas
escondidas cuando no amparadas por investigadores e instituciones
antropológicas:
"...El control que el mundo occidental asumió sobre
las artes de otros pueblos existe en varias dimensiones. Primero,
[...] el ojo discernidor del observador occidental se ve muchas
veces como si fuese el único medio por el cual un objeto
etnográfico se pudiese elevar a la categoría de obra
de arte; esto, en sí mismo, es por definición prerrogativa
de un tremendo poder. Segundo, los coleccionistas y los museos actúan
en gran medida de acuerdo con sus propias prioridades cuando utilizan
tecnología occidental para rescatar el Arte Primitivo de
la extinción física; deciden sobre la vida o la muerte
de objetos hechos con materiales perecederos por pueblos cuyas propias
prioridades representan, para los occidentales, poco más
que un ingenuo desinterés por la necesidad de conservar su
herencia para las generaciones futuras. Tercero, los conocedores
occidentales se arrogan la tarea de interpretar el sentido y la
significación de los objetos artísticos producidos
por personas que, según sostienen, no están tan bien
equipadas para desempeñar esta labor. Cuarto, estos mismos
expertos utilizan, a discreción, los considerables recursos
financieros y de comunicación con los que cuentan para adjudicar
un reconocimiento artístico internacional a sus favoritos
personales del "anónimo" mundo de las artesanías del
Tercer Mundo. Y, por último, los miembros del mundo occidental
son los que, también gracias a su acceso a la riqueza material
y a las comunicaciones, se están haciendo cargo de determinar
la naturaleza de la producción artística prácticamente
en todos los rincones del mundo, en las últimas décadas
del siglo XX. En síntesis, los Occidentales han asumido la
responsabilidad de la definición, conservación, interpretación,
mercantilización y existencia de las artes del mundo..."
(Price; 1993:98,99)
La pregunta aquí sería, que si tenemos en cuenta
el madrinazgo que la antropología ejerce en muchas partes
sobre la arqueología por aquello de que "al no ser antropología
no sería nada", con qué mentalidad procede un arqueólogo
ordinario al acceder a una información que no coincide con
los modelos de las tipologías acostumbradas? O, qué
puede esperarse de un arqueólogo que interpreta una producción
cultural de la cual ni siquiera hay testigos que lloren el saqueo
de que fueron víctimas?
¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com
Cómo
citar este artículo: VELANDIA,
César. Estética
y arqueología: Dificultades y problemas.
en Rupestre/web, https://rupestreweb.tripod.com/velandia.html
2001
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ADORNO, Theodor W. 1980 Teoría Estética;
Ed. Taurus; Madrid
BÍLIC, Oldôich 1983 "El arte como modo de apropiación
de la realidad"; En, Introducción a la Teoría Literaria;
Ed. Arte y Literatura; La Habana
MÁRKUS, György 1974 Marxismo y "Antropología";
Ed. Grijalbo, Colección Hipótesis; Barcelona
MARX, Karl 1959 El Capital; T.I, Trad. W. Roces, Ed. Fondo
de Cultura Económica; México 1968 Karl Marx,
Manuscritos: Economía y Filosofía; Alianza Editorial;
Madrid 1970. La Ideología Alemana; Trad. W.
Roces; Ed. Grijalbo; Barcelona
PRICE, Sally 1993 Arte Primitivo en Tierra Civilizada; Siglo
Veintiuno Editores; México
SÁNCHEZ VÁSQUEZ, Adolfo 1984 Ensayos Sobre Arte
y Marxismo; Ed. Grijalbo; México 1992 Invitación
a la Estética; Ed. Grijalbo; México.
SCHAFF, Adam 1974 Historia y Verdad. Ensayo sobre la objetividad
del conocimiento histórico; Ed. Grijalbo, Col. Teoría
y Praxis; México.
-----------------------------------------------------------DISCUSIÓN
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Por Pedro Argüello
G. Universidad Nacional de Colombia:
El texto de Cesar Velandia retoma los dos puntos neurálgicos
en la investigación sobre todos los aspectos que se relacionan
con los sistemas perceptuales de las comunidades prehispánicas:
la posibilidad de asumir cierta categoría para los objetos
arqueológicos y la dificultad que implica el reconocimiento
mismo de la elaboración por parte de las sociedades occidentales.
En antropología la distinción entre lo émico
y ético, parafraseando a Harris, a dividido a los investigadores
en grupos de incrédulos y de optimistas. A cada grupo se
ha asignado distintos rótulos dependiendo de la filiación
teórica de la cual procede.
En la arqueología americana el estudio del
arte y la estética prehispánica a sido mediado por
las grandes escuelas teóricas que históricamente han
conjugado postulados provenientes de diferentes corrientes científicas.
Los textos programáticos de la arqueología procesual,
aunque nunca negaron la posibilidad de acceso a dichos ámbitos,
si los ubicaron en el último escalón de los niveles
de acceso de las fuentes del registro arqueológico. Posteriormente
con el postprocesualismo se evidenciaron los problemas que acarreaba
un análisis de sistemas de significación sin un mínimo
control cientíco y se volvió a la especulación
fantasiosa acerca del arte y la estética precolombina. La
relación entre la esfera perceptual, por llamarla de alguna
manera, y la arqueología, es entonces de carácter
pendular, donde se recurre a extremos de negación o explicación
de facto pero donde el avance es mínimo. Como consecuencia,
asistimos al avance de la investigación arqueológica
en campos como la subsistencia prehistórica en tanto que
se observa el estancamiento de explicaciones como las referentes
al arte y la ideología.
Personalmente pienso que para el caso particular el
problema no está en el ámbito teórico sino
en el metodológico. La arqueología carece de métodos
fiables que permitan contrastar las posibilidades explicativas con
los datos. Por una parte se tienen explicaciones plausibles sobre
el funcionamiento de los sistemas ideológicos y, por otra,
objetos que podrían ser indicadores de ellos. Pero no existe
un hilo conector para ambos. Aclaro que decir que el problema es
m‡s de carácter metodológico que teórico no
significa que debamos buscar métodos sin regulaciones teóricas.
Lo que es evidente es que a través de la historia de la arqueología
americana se han postulado sendas proposiciones teóricas
que son relativamente consecuentes con ámbitos anclados en
las relaciones materiales de los objetos, la arqueología
marxista por ejemplo, y que se ha venido dando el progresivo desmonte
de las mismas sin que se lleve a cabo un consecuente proceso metodológico
que las articule con los datos. El problema del método indudablemente
surge de la teoría, pero parece que por momentos los investigadores
pensaran que la crítica teórica por sí misma
podrá dar cuenta del fenómeno que se busca explicar,
dejando de lado asuntos prácticos de la investigación
en beneficio de disquisiciones en ocasiones obsoletas y poco fructíferas.
Producto de tales discusiones, en el mejor caso, se llega a enunciados
con un limitado carácter proyectivo, en referencia a los
datos que finalmente se quieren integrar en un sistema explicativo.
Terminando en razonamientos circulares que poco aportan al estudio
de las comunidades prehispánicas. A mi manera de ver, pareciera
entonces más deseable una explicación coherentemente
articulada con los datos, aún cuando su origen teórico
sea discutible, que un proceso interminable de diálogos teóricos
procedentes de tradiciones bizantinas. Existen en la actualidad
intentos respetables de articular objetos de arte de comunidades
desaparecidas, dentro de explicaciones generales, con el fin de
dar cuenta de fenómenos tales como los procesos de cambio
social . Constituyendo aproximaciones que metodológicamente
permiten integrar el objeto dentro de un contexto en el que pueda
ser explicado.
La articulación propuesta por Velandia es en
este sentido importante ya que plantea aspectos que son susceptibles
de contrastación arqueológica. Velandia anota que
"en cada momento los hombres se encuentran condicionados
y determinados por unas específicas relaciones (objetivas
y subjetivas) producidas entre ellos y entre ellos y el resto de
la naturaleza; de tal suerte que en cada momento existe un modo
específico de dichas relaciones" indicando tres elementos
que a mi juicio pueden ser estudiados por medio de métodos
precisos 1. Relaciones entre hombres (arqueología social);
2. Relaciones hombre-naturaleza (arqueología ambiental);
3. El estudio del cambio social a largo plazo (ámbito exclusivo
de la ciencia arqueológica).
Con estos elementos en mente considero que pierde
relevancia seguir en los custionamientos acerca del hecho de que
la explicación resultante "será una interpretación
subjetiva desde el punto de vista estético de la cultura
a que pertenecemos" ya que no parece haber una formula o talismán
que nos libre de tal pecado original. Con lo cual se conjugan en
conclusión dos nuevas posiciones al interior de la investigación
de la estética prehispánica: dedicarse a denunciar
que todas las construcciones parten del punto de vista occidental
o ensayar posibles explicaciones fundadas en teorías y métodos
coherentemente estructurados y argumentados.
P.A.G.
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Réplica de César
Velandia:
He sostenido en otro lugar que la lectura de los textos
es siempre "interesada" pues se hace siempre desde un cierto punto
de vista y por lo tanto el texto leído, es decir, interpretado,
se carga de los contenidos que le imprime el lector. En este caso
es muy pronto para leer entre líneas la perspectiva teórica
de Pedro Arguello en un texto tan corto y delimitado. Sólo
intentaré precisar algunos criterios que de cierta manera
son puestos en cuestión por el comentarista y, obviamente,
en el interés de ponderar mis argumentos.
Después de introducir al tema, dice Arguello
que "...el problema no está en el ámbito teórico
sino en el metodológico..." pues "...parece que por
momentos los investigadores pensaran que la crítica teórica
por sí misma podrá dar cuenta del fenómeno
que se busca explicar, dejando de lado asuntos prácticos
de la investigación en beneficio de disquisiciones en ocasiones
obsoletas y poco fructíferas..." Al respecto diré
que no estoy de acuerdo con este diagnóstico de la situación.
Yo pienso, por el contrario, que las dificultades
son tanto teóricas como metodológicas pues si, como
sostiene Arguello, "...el problema del método indudablemente
surge de la teoría...", entonces la teoría no
está nunca terminada como para dejarla de lado pues es el
método el que deviene metodología (o, reflexión
sobre el método) y no al revés. He dicho "dificultades"
y no "problemas" pues, siguiendo una vieja lección del maestro
Estanislao Zuleta, siempre es conveniente separar estos términos
tan ubicuos en el lenguaje de la cotidianidad, tanto que llegan
a parecer sinónimos; y son de hecho diferentes. Y no hacer
esta distinción conlleva el riesgo de poner como "el problema"
lo que en realidad son mis dificultades para entender las cosas.
Me explico: En rigor no hay "un" problema sobre el arte rupestre
sino muchos problemas o preguntas y pocas hipótesis o respuestas
posibles. Y casi ninguna de estas respuestas tiene validez científica
(vale decir validez teórica), porque los "problemas" usuales
son teleológicos, interesados políticamente, tendenciosos
ideológicamente o simplemente son no-problemas como el de
hacerle una "lectura de género" a una pared de manos pintadas
a las que les falta un dedo: Alguien me explicó que tenía
que ver con el mito amazónico de la vagina dentada. Esta
situación obliga a construir nuevos problemas, a replantear
algunos de los ya propuestos y abandonar los restantes por impertinentes.
Por lo tanto, se impone la necesidad de proseguir la discusión
teórica pues sólo de su reflexión se pueden
derivar las estrategias metodológicas para abordar las soluciones.
De otro lado, es a partir de la definición metodológica
específica para cada caso de investigación, que se
adoptan las técnicas de trabajo necesarias, de tal manera
que el proceso empieza por el método (la teoría),
este deviene metodología y esta deviene técnicas de
investigación.
La consideración de Arguello se me antoja un
tanto consecuente con la tendencia que han tenido los estudios sobre
arte rupestre en las œltimas dos décadas del siglo pasado;
un ejercicio practicista que, al utilizar o aplicar tecnologías
de moda para el relevamiento de casos, le confiere (según
sus autores) un aroma cientifista a los informes de investigación.
Y, como decía mi abuela, "...la calentura no está
en las sábanas...": No es el uso de ordenadores o la tecnología
de fotografía digital y el software de estadística
lo que hace "científico" a un estudio. La cientificidad reposa,
por el contrario, en el rigor conceptual con que se asume críticamente
el saber establecido, es decir, la manera como se maneja la teoría.
Y entiendo la "crítica" a la manera de Gastón Bachelard,
es decir, construyendo siempre "...en contra de..." un saber anterior,
contrariando aquella ciencia que a fuerza de fabricar respuestas
ha terminado por impedir el hacer preguntas. Por supuesto que hoy
día estamos en mejores condiciones que hace cien años
a la hora de intentar una descripción de una carrera de guanacos
sobre una pared pintada. Pero el caso concreto es que a pesar de
la tecnología acumulada, es muy poco lo que se ha avanzado
en la comprensión de los hechos de cultura que llamamos arte
rupestre.
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Réplica de Pedro
Arguello :
La réplica llevada a cabo por el profesor Velandia
es definitivamente acertada en lo que refiere a las relaciones entre
teoría y método. Aún más, involucra
elementos adicionales como los que tienen que ver con la formulación
de problemas de investigación cientíica, algo en efecto
elemental pero que olvidan buena cantidad de investigadores al momento
de proponer un proceso de indagación, y aquí no solo
me refiero al ámbito del arte rupestre. Aunque parezca sorprendente,
una gran cantidad de investigaciones arqueológicas siguen
teniendo por objeto "contribuir al conocimiento de..." sin tener
claro qué problema ello resuelve o cómo se va a abordar.
La atención de Velandia al tema del problema,
puede ayudarme a aclarar un poco mi comentario anterior y reafirmarme
en lo antes anotado. En el escrito anterior dije que el problema
de la investigación del arte rupestre estaba en el método
más que en la teoría, sin por ello aseverar que uno
se encontrara desligado de la otra. Con esto quiero decir que puede
existir un manejo medianamente coherente y articulado de teorías
provenientes de las ciencias sociales sin que por ello se desarrolle
el ámbito de la explicación del arte rupestre. Aquí
la dificultad de articulación más que en la teoría
está en el método, no solo por defectos de la consecuencia
de la teoría, lo cual puede en efecto acaecer, sino porque
no se trabaja en las directrices explicativas que se pretenden,
y mientras ellas no se hagan patentes no puede llevarse a cabo una
consecuente articulación con los datos, aún cuando
sabemos que ellos mismos son determinados por la teoría.
De esta manera, la falta de postulados precisos consignados
en problemas e intentos de resolución son los que impiden
que los niveles superiores de explicación puedan llegar a
ser coherentemente articulados con elementos concretos como es el
arte rupestre; en este sentido, estoy totalmente de acuerdo con
Velandia en lo que refiere al empleo de tecnologías y técnicas
sofisticadas en cuanto a que su uso, en tanto que no esté
al servicio de la búsqueda de explicaciones carece de sentido.
Y más aún cuando algunos investigadores creen que
tal refinamiento tecnológico es un método mismo de
investigación!!! Finalmente quiero poner un ejemplo para
disipar dudas de bando y con el cual sospecho que Velandia va a
estar de acuerdo.
El arqueólogo Ian Hodder, quizá el mejor
representante de la escuela post-procesual, ha dado al campo de
la teoría arqueológica un renovado aire de discusión
a la ya obsoleta arqueología procesual. Sus aparentemente
acertadas críticas se han basado en un muy buen manejo teórico
acompañado por el uso de los nuevos desarrollos en las ciencias
del lenguaje y la sociología. No obstante, aun en el caso
que se estuviera de acuerdo con las críticas propuestas a
la forma como se direcciona la investigación arqueológica,
es evidente que su promesa de arqueología después
de 20 años es un verdadero fracaso, y es aún más
evidente que su fracaso, y el de sus seguidores, se debe principalmente
a la incapacidad de ejecutar una metodología consecuente
con tales postulados teóricos. Y esto no lo digo yo sino
todos los académicos que tienen algún conocimiento
de sus investigaciones en el yacimiento de Catalhöyük.
Por tanto, a parte de las críticas que se puedan hacer al
ámbito de sus elaboraciones acerca de qué debe estudiar
la arqueología, esta el hecho de que esta escuela ha sido
incapaz de proponer y ejecutar una metodología consecuente,
los cual es aun más evidente en los estudios en arte rupestre
que proliferan en la bibliografía especializada de los últimos
años, sobre todo en el viejo mundo, lo cual lleva peligrosamente
a volver sobre caminos explicativos ya recorridos.
P.A.G.
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