El
Cerro Suco: Una obra de veinte siglos
Ana María
Rocchietti
Facultad
de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Río Cuarto,
Argentina.
Correo electrónico:
anaau@hotmail.com
LA REGION ACTUAL
En la pampa cordobesa, en el centro de la Argentina,
en medio de un paisaje actualmente modificado por las labores agrícolas,
se eleva un cerro curioso tanto por su emplazamiento como por su
estructura.
Para llegar a él es necesario llegarse hasta
Sampacho, una pequeña población en el sur de la Provincia,
o hasta Suco un conjunto de casas que antecede a la laguna
de mismo nombre. El cuerpo de roca se eleva en poco más de
700 metros sobre el nivel del mar; separado de la Sierra de Comechingones
no sólo por la llanura que lo rodea sino por la génesis
geológica.
El ambiente original es una estepa halófila,
con predominio de pastos duros y monte arbustivo, en el marco de
un ecotono peripampásico. En el cerro, formado por una arenisca
cuarcítica de intenso color rosado, constituye una estructura
discordante ya que la Sierra configura un extenso paisaje granítico
en la Argentina Mediterránea.
En su ladera sur se abre una cueva umbría,
oculta por un monte tupido que se distribuye como una lengua verde
hasta alcanzar su pie, en agudo contraste con el resto de la superficie
del cerro (pura roca y pastizal).
LA REGION EN EL PASADO HOLOCENICO
Durante todo el Holoceno, la región tuvo características
muy similares a las actuales en términos de ecología
y de clima. Los cazadores primero y los pueblos agro-alfareros,
después, vivieron y explotaron un ambiente semiárido
inestable y ecotónico entre la sierra y la pampa. Los antiguos
cazadores indios tomaban los recursos de estas dos vecindades. En
los alrededores de Suco debían capturar guanacos y ñandúes.
Las oscilaciones climáticas (en términos
de enfriamiento y aridez) permiten a los arqueólogos ubicar
los acontecimientos humanos cuando no existen documentos escritos.
Parece probable que durante el Holoceno, y después
del Neoglacial (una pequeña Edad de Hielo que remedó
la que tuvo lugar durante el Pleistoceno, ocurrida entre 5200 AP
y 4600 AP) hubo, por lo menos, dos enfriamientos con desmejora de
las variables climáticas para la región. El avance
del frente de hielo debió ocurrir hacia 2000 AP y otra hacia
300 AP.
Cada episodio debe haber impactado en alguna medida
en el ambiente (especialmente por tratarse de un ecotono, sensible
a las variaciones por mínimas que fueren) y deben haber tenido
efecto en el uso que de él hacían las sociedades indias.
Ellas debían moverse siguiendo los bosquecitos de chañar,
algarrobo y espinillo fuente de comida y de ocultamiento-
y las costas de los arroyos que, bajando desde los valles divagaban
en la llanura.
Una forma de aprehender este uso es tomar en cuenta
la distribución de la vegetación y sus características
de dominancia porque de ellas se deriva la secuencia de la vida
animal asociada y, también, porque permiten juzgar los parámetros
de productividad del ambiente. Es necesario tener en cuenta que
los ecosistemas son totalidades funcionales transitorias porque
dependen del comportamiento de las variables climáticas.
Los antiguos cazadores indios tomaban los recursos
tanto del ambiente pampeano como de los que correspondían
a los pisos altitudinales serranos. Es de pensar que aquí,
en Suco, debían perseguir guanacos y ñandúes
por el predominio del ambiente llano.
En general, en la región surcordobesa, en
los sitios arqueológicos bajo alero como a cielo abierto
aparece un instrumental confeccionado en cuarzo, —palo y calcedonia.
Servía para cortar, raspar, para perforar y machacar. Con
bolas de boleadora y con puntas de proyectil se abatían los
animales corredores.
Si se observa la distribución de estos campamentos
puede atisbarse el género de vida territorial que tuvo lugar
hace tanto tiempo.
GENERO DE VIDA Y TERRITORIO
Tanto hoy como ayer, un territorio es la institución
de un espacio organizado dentro de una relación de poder.
Es decir, compromete una realidad económica y material que
se inscribe en una ideología específica.
Es por eso que podemos considerar al paisaje que
rodeó al cerro Suco en el pasado (y al que lo hace en la
actualidad) como una localidad dotada por el sentido de los lugares
íntimos y unificados de la vida social.
La vida cotidiana se despliega sea cual fuere
la sociedad considerada en el seno de la continuidad cíclica
de las estaciones y de las ceremonias. Es esto lo que da a las localidades
geográficas sus dimensiones simbólicas, ideológicas
y políticas y definen las conexiones específicas entre
los hombres y el espacio.
En este sentido es que el petroglifo de Suco puede
aparecer como un intenso mito territorial, como una fuente de vinculación
entre hombres, como marca material de un imaginario colectivo.
Territorios y géneros de vida son testimoniados
por las formaciones arqueológicas distribuídas como
un contínuo de áreas de vida por toda la Sierra.
EL PETROGLIFO DEL CERRO SUCO
La cueva se encuentra a pocos metros de la cumbre
del cerro, en el sector en que éste se hace más bajo
y se orienta hacia e sur-sureste. Se accede a ella a través
del sendero interior al bosquecito y la primera señal de
que se encuentra cerca es un paredón de roca del que surge
un hilo de agua.
Poco antes de llegar a la boca se tropieza con un
mortero excavado en la piedra. La oquedad tiene una sola entrada
y un único ambiente. En su interior, sobre las paredes y
sobre una porción de techo se despliega un soberbio petroglifo
indígena.
Los signos rupestres han resultado de un hacer
semiótico, es decir, son producto del trabajo y del
conocimiento en el seno de un proceso más general de comunicación.
Los petroglifos son dibujos rupestres ejecutados
por golpeteos precisos y frotando la roca hasta dejar las superficies
de los signos en contraste con su fondo como es el caso de
Suco o rayándola hasta dejar trazos que componen líneas
o figuras. En la Argentina existen numerosas obras de este tipo
en las provincias del noroeste y en la Patagonia.
Los indígenas trazaron manos pies humanos,
pisadas de pumas y de guanacos, combinados con gran cantidad de
puntos, de círculos y surcos profundos, casi todos ellos
hundidos en la textura de la roca. Llama la atención la obsesiva
cobertura del espacio gráfico rupestre; la pared está
tapizada de dibujos. Ellos sugieren orden, ritmo y complejidad.
Esta obra, realizada quizá antes
de la era cristiana es un enigma en cuanto a qué significa.
Las partes de los cuerpos de hombres y de animales sugieren un tenue
enlace con las ceremonias de caza invocadas por los cazadores.
En la cueva apenas hay lugar para dos observadores
de pie. Algunas grietas interrumpen el desarrollo de la pared principal
y por ellas accede la humedad desde afuera.
El diseño indígena se despliega en tres
planos de pared: una muy extensa (desde la boca hasta el fondo de
la cueva y por una extensión de unos once metros cuadrados)
sobre la pared oeste; otro se ubica directamente enfrente del anterior
con menos cantidad de signos; y, por último, en el perímetro
de la abertura de la cueva, el tercer plano con surcos alineados
y profundos.
Lamentablemente, los signos fueron cubiertos
con pintura blanca hace tiempo por los visitantes del cerro:
polvo de tiza disuelto en agua impregnó la textura de la
roca haciendo resaltar los dibujos pero dañando el petroglifo.
También, el daño se repite en la entrada
y sobre el plano de trabajo más extenso; allí han
dejado graffiti en azul desleído, trazados con pintura sintética
industrial. Ese sector, por otra parte, está afectado por
la erosión de la roca por el agua y el viento, con el resultado
de haber suavizado la profundidad de los dibujos en la roca y de
haberlos vuelto menos nítidos.
La cueva, en sí misma, y todos sus dibujos
constituyen un sistema visual muy complejo. El efecto maravilloso
que combina silencio y dignidad es completado por una escenografa
de abandono en la que tiene preeminencia la cobertura de musgos
arraigada en la piedra por el ambiente propicio preparado por la
humedad capilar que sube desde el suelo en dirección al techo.
En junio del año mil novecientos noventa y uno, un zorro
joven se refugió en la cueva para morir y durante muchos
meses los restos de su esqueleto formó parte del abandono.
Eso mismo debió ocurrir en el pasado en más de una
oportunidad y fenómenos de este tipo son los que permiten
estudiar los procesos de formación de los depósitos
arqueológicos e interpretar la clase de asociación
(o la falta de asociación) faunística que verifican.
LOS QUE ESTABAN ANTES: LOS INDIOS
Cuando los españoles invadieron la región
al sur de Quilino, se enfrentaron a una densa población india
a la que llamaron (por imitación de los sonidos de la lengua
camiare) Comechingones. Eran gente pacífica, agricultora
y criadora, que vivía en pequeños pueblos de casas
semi-subterráneas y en aleros o cuevas de la Sierra.
La rápida conquista de la región y
la escasa voluntad documental de estos europeos hizo perder memoria
sobre las tribus barbadas. Menos se sabe aún
sobre los que vinieron antes que ellos en los valles y en el pie
de la sierra.
En este paisaje gran’tico es frecuente
la formación de aleros, taffoni y bolas de roca
exfoliada, en distintas etapas de evolución morfogenética.
El espacio entre los grandes cuerpos de edad paleozoica está
cubierto por sedimentos cuaternarios. Los sitios arqueológicos
única fuente de información sobre el pasado
están en el interior de esas formaciones y, también,
al aire libre, en las barrancas de cañadas y de vados con
restos de campamentos o de taller lítico.
Casi sin excepción, los sitios arqueológicos
exhiben una organización basada en diferenciaciones internas
por actividad. La más común y completa consiste en
un área de expresión gráfica con arte rupestre,
un área de molienda con morteros de piedra, un área
de cierre con pircado (es decir, un muro bajo construido a partir
de una superposición y ensamblado de piedras, sin argamasa),
generalmente articulado a los bloques de derrumbe de los techos
(con el fin de proteger el interior de la vivienda natural del viento
y del frío) y numerosos restos de la vida común, casi
todos corresponden a la etapa de desarrollo que los arqueólogos
llaman "cerámica" o "ceramolítica" por la posesión
de ese bien tecnológico.
El radiocarbono permite aproximar algunos momentos
en el largo continuum de su género de vida producto
de una tradición histórica de origen desconocido.
Los fechados obtenidos para varios sitios arqueológicos,
la remontan hasta hace unos dos mil años antes del presente.
El petroglifo de Suco puede no haber pertenecido a
esta identidad histórica. No sólo por el rango del
código de signos que utiliza y por la técnica de trabajo
con que fue producido, sino, particularmente, por el lugar de emplazamiento.
Aparece más vinculado al ambiente llano y sobre un cerro
geológicamente dislocado de la Sierra, por fuera del paisaje
granítico. Esto plantea muchos problemas en relación
con su antigüedad.
Carlos Gradín afirma que los petroglifos de
la Patagonia (con los que guarda evidente afinidad) habrían
introducido el tema de las huellas de animales (que es hegemónico
en la obra del cerro Suco) entre los comienzos de la era cristiana
y 1500 DC.
Mario Consens otorga a los petroglifos de río
Quinto (cercano en unos doscientos kilómetros) una expansión
cronológica mucho mayor: entre 4000 AC y 5000 DC.
LOS SIGNOS RUPESTRES DE SUCO
Los signos dibujados sobre las paredes y techo de
la cueva son doscientos siete. No sólo la cantidad los hace
extraordinarios. También la calidad de la ejecución.
Comprenden manos, pisadas de félidos, círculos
concéntricos, aislados y contiguos, surcos alineados, poligonales
trazadas con puntos abiertas y cerradas círculos,
pisadas de guanaco y de ñandú, puntos con cola
y una numerosa constelación de puntos distribuidos en toda
la superficie en el friso principal.
LA INVESTIGACION DE ARTE RUPESTRE
La investigación de las obras rupestres realizadas
por las sociedades indias en el período pre-europeo intenta
solucionar dos problemas principales: en primer lugar, cómo
y bajo qué principios fueron organizadas las imágenes;
en segundo lugar, bajo qué método y con qué
garantías de legitimidad por parte del observador
se aprehende dicha organización.
Cuando se habla de organización se
alude tanto al código de imágenes como a las categorías
y conceptos, a las sensaciones, experiencias y sensaciones de los
que dibujaron, al material (o soporte de roca) y a los signos como
clases de relictos (o el fantasma de la pintura, la forma suavizada
de un grabado).
El arte rupestre remite a una visualidad libre, espontánea
pero -a la vez- irreductible y radical. Sus sitios son formas de
monumentalidad arqueológica, multidimensional y auto-sustentada.
El significante ocupa todo el espacio del observador.
Si los signos son abstractos, la plenitud del significante es todavía
mayor. Es casi todo lo que existe en sentido visual, semántico
e histórico. Las imágenes equivalen al movimiento
de apropiación de lo real que se efectúa a través
de los conceptos.
Las imágenes rupestres desarrollan un esquema
de la realidad porque expresan una tesis de conocimiento sobre el
mundo. La imposibilidad de recuperar el mito, la magia, como relato
hace de la combinación de los signos rupestres el relato
mismo.
Desde la perspectiva de las imágenes, la investigación
del arte rupestre es investigación de lo espectacular
con tres dimensiones vinculantes: lo que se ve, las indeterminadas
conexiones de lo que se ve y la ceremonia de su producción
por un autor o por autores desconocidos y de su observación
por los investigadores de hoy.
Éstos último, ,sobre todo, registran
algo fugaz: la obra (de por sí sometida a los procesos de
destrucción física o biológica), la escenografía
(inexorablemente transformada por la explotación rural o
urbana del paisaje), la textura de la roca (que continúa
su evolución morfogenética mucho tiempo después
de producido el dibujo.
Un punto de partida es considerar la situación
bajo la cual el investigador organiza lo que se ve como
una situación espectacular, es decir, como una que toma su
sentido del lugar de observación.
En este caso, la arqueología de los signos
rupestres es una forma de acceso a la visibilidad de una vieja cultura
indígeno-serrana.
EL DAÑO A LOS PETROGLIFOS
Todos los sitios arqueológicos de una región
configuran casos en riesgo. Riesgo implica desaparición,
distorsión y perturbación documental. Esto significa
que la obra puede ser destruída en más de un sentido.
Los principales riesgos que afectan al arte rupestre
en general y a los petroglifos en particular son los que se enumeran
a continuación, llamando vectores a los agentes de daño:
1. Riesgo por vectores abióticos que
resultan de la erosión de las paredes de roca, fracturas
por dilatación y contracción térmica, micro
y macro-clivajes de los componentes minerales que componen la roca
de base, diaclasamiento de las rocas por acción meteórica,
etc.
2. Riesgo por vectores biogénicos como
el producido por la acción mecánica de raíces
o troncos de arbustos y árboles, la acción química
de los ácidos liquénicos, pisoteo (existen petroglifos
trabajados en pisos de roca) y frotado por el ganado que ingresa
a los aleros o a las cuevas.
3. Riesgo por vectores antrópicos como
los representados por la escritura de graffiti sobre las obras,
extracción de partes de pared para obtener una pieza de colección,
tizado o pintura sobre-impuesta para destacar los elementos gráficos,
reciclado de los lugares indígenas para uso actual como corrales,
viviendas, etc.
En todas las regiones se superponen paisajes culturales
del pasado y del presente y, por eso, los vectores más perturbadores
son los que se derivan del daño antrópico.
Los petroglifos constituyen recursos culturales
no renovables y, por consiguiente, comprometen una ética
de protección que no siempre está delineada en términos
de políticas culturales regionales y nacionales.
OTROS PETROGLIFOS
No abundan los petroglifos en la Provincia de Córdoba.
Éstos son los registrados hasta el momento:
Guasapampa (Outes 1911)
Cosquín (Aparicio 1935)
Cerro Colorado (Lugones 1903)
Casa del Indio del Campo La Cocha (DAndrea
y DAndrea 1977)
Ampiza (Romero1978)
Agua del Molle (González 1958)
Aguas de Ramón (Romero y otros 1973)
Charquina (Romero 1978)
¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com
Cómo
citar este artículo: ROCCHIETI,
Ana María. El
cerro Suco: Una obra de veinte siglos.
En Rupestre/web, https://rupestreweb.tripod.com/suco.html
2001
BIBLIOGRAFIA SUGERIDA
Schobinger, J. Y C. Gradín 1985 Cazadores de la
Patagonia y Agricultores Andinos. El arte rupestre de la Argentina.
Ediciones Encuentro. Madrid.
Podestá, M.M., M. Hernández Llosas y S.F. Renard
de Coquet (editoras) 1991 El arte rupestre en la arqueología
contemporánea. Salón Gráfico Integral. Buenos
Aires.
Podestá, M.M. y M. de Hoyos (editoras) 2000 Arte
en las rocas. Arte Rupestre, menhires y piedras de colores en Argentina.
Sociedad Argentina de Antropología y Asociación de
Amigos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento
Latinoamericano.
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