|  GRACILIANO 
              ARCILA VÉLEZ (q.e.p.d), Primer 
              arqueólogo de los petroglifos de Itagüí
 David Mejía Peláez . diporys@epm.net.co, 
                 LA PERSONA Para conocer y ampliar el significado de los petroglifos 
              y ahondar en la necesidad de conservarlos, es útil tener 
              en extenso una voz autorizada al respecto; para esto, hemos entrevistado 
              al primer investigador de los petroglifos de Itagüí; 
              con el propósito de conocer aspectos de su trabajo y poder 
              plantear acciones que hay que llevar a cabo con los petroglifos, 
              tendientes a su recuperación y salvamento. Para realizar 
              esta entrevista tuvimos en cuenta la lectura de su libro "Introducción 
              a la Arqueología del Valle de Aburrá", publicada 
              por la Universidad de Antioquia de la ciudad de Medellín, 
              en 1.971. Las consideraciones y comentarios están organizados 
              con base al diálogo sostenido con el maestro y las ideas 
              contenidas en esta obra. Esperamos que con este trabajo se contribuya 
              al patrimonio cultural de Itagüí.  Cabe mencionar que consultamos además, una 
              excelente compilación de textos de Graciliano Arcila Vélez 
              que la antropóloga Neyla Castillo Espitia recuperara en 1995, 
              a propósito de los 50 años de vinculación con 
              el Alma Mater y con la cual se le homenajeaba institucionalmente 
              de manera bien especial, con la publicación del libro Memorias 
              de un Origen, Caminos y vestiguios, Medellín: UdeA, marzo 
              1996. Obra clave para el estudio de un antioqueño que ha 
              dejado huella.  Ha sido maravilloso conversar con Graciliano Arcila 
              Vélez, de noventa años y quién aspira a vivir 
              diez años más. Persona que disfruta de múltiples 
              temas y asuntos disímiles. Por su inteligencia discurren 
              recuerdos memorables de toda su existencia, hábitos alimentarios 
              mientras hacía sus labores, aspectos de su vida sencilla 
              y descomplicada, de su increíble labor de investigador con 
              machete en mano mientras creaba la gran obra intelectual recorriendo 
              el país en busca de huellas y evidencias antiguas y significativas. 
              Ver y oír recordando anécdotas pasadas en las que 
              con una gran habilidad mental va detallando aspectos y precisiones 
              de las aventuras, francamente es admirable. Buen conversador, simpático 
              y sobre todo, muy generoso, que sin avaricias va otorgando y compartiendo 
              cuanto ha vivido y estudiado. No sólo estaba informando sobre 
              el trabajo de las piedras, también sobre el itinerario del 
              trabajo intelectual que le correspondió llevar a cabo en 
              un país que está por investigarse y estudiarse. Con el propósito de reconstruir páginas 
              de la historia del terruño, tratamos el asunto arqueológico 
              de las piedras olvidadas como importante insumo para comprender 
              territorio, destino y por supuesto, historia. Trayendo sin dudas 
              una consideración clave de nuestra tierra y nuestra sociedad: 
              unas piedras a la vista, y especiales testigos de prehistoria; y 
              así constatamos en varias lecturas que el aspecto de los 
              petroglifos no ha sido asunto de especial tratamiento. Las monografías 
              de Itagüí sí acaso lo mencionan y las del Valle 
              de Aburrá ni siquiera estudian huellas arqueológicas. 
              Consideramos que la comunidad itagüiseña en general 
              ignora esta materia y ni que decir de los habitantes del Valle de 
              Aburrá. Ignorancia que convendría atacar al menos 
              con estas notas, que pretenden que sean de utilidad y al menos permitan 
              que no se olvide lo que Arcila Vélez avanzó en su 
              estudio y para que los ciudadanos y el sistema pedagógico 
              local hagan cátedra de este patrimonio, o por lo pronto repasen 
              con amor e interés en sus lecciones. Arcila Vélez nació en Amagá 
              el 25 de Febrero de 1912, descendiente de arriero Itagüiseño, 
              quien fue a probar suerte en Amagá a principio del siglo 
              XX, para sacar adelante el proyecto de vida personal y de familia, 
              al administrar una finca. Ello sucedía justamente en las 
              postrimerías de la Ferias de Ganados de Itagüí, 
              y en dónde su papá se ocupó por un tiempo, 
              (no sobra mentar que nuestra Feria llegó a ser la más 
              grande y concurrida en el Occidente Colombiano durante el último 
              cuarto del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX). 
              Arcila formó parte de una familia que por su apego 
              a la tierra, hizo del recio trabajo de labranza su heredad. Y justo en estas labores encontramos a nuestro personaje 
              cuando el papá viendo que la contribución económica 
              a la familia por parte del hijo no era necesaria, y considerando 
              que aún estaba en edad de estudiar, a los 19 años 
              inicia el bachillerato en su pueblo y luego estudiando en Medellín. 
              Lo vemos saliendo luego del Liceo de la Universidad de Antioquia 
              y posteriormente, viajando a estudiar a Bogotá, ya que por 
              ser destacado estudiante como bachiller de Antioquia, se gana una 
              beca en la extraordinaria Escuela Normal Superior de Colombia, que 
              Eduardo Santos, el presidente en aquella época había 
              otorgado para llevar a cabo un ambicioso plan de estudios superiores, 
              para cimentar el desarrollo del espíritu humanista, científico 
              y técnico de los jóvenes colombianos. Allí 
              obtuvo los títulos de Arqueólogo y Licenciado en Ciencias 
              Sociales y Económicas. Regresó a Medellín a 
              finales de 1.943 recomendado por Paul Rivet, el sabio francés 
              asilado en Colombia después de la invasión Nazi a 
              París. Itagüí fue explorado arqueológicamente 
              a finales de la década del sesenta y treinta años 
              posteriormente con la tesis de grado de Diana M. Herández 
              U., en la UdeA. También, con Neyla Castillo, profesora de 
              la UdeA, cuando realizó algunas prospecciones en la finca 
              El Ranchito, (propiedad que fuera de la familia Ospina Pérez). 
              Sitio que recientemente despierta un serio interés arqueológico 
              y ambientalista a raíz del hallazgo de importantes vestigios. 
              A pesar de contar con muchas evidencias y aportes, creemos que muy 
              poco se ha venido haciendo por el estudio local, tanto para buscar 
              más huellas de los primeros pobladores del Valle de Aburrá, 
              como en profundizar en los vestigios estudiados inicialmente. Y 
              así, a todo esto se suma lo poco que han sido difundidos 
              este material y estas investigaciones. Pero ahí están: 
              la declaratoria del sitio de los petroglifos como Parque Arqueológico 
              en 1.971, Finca El Ranchito sitio de interés científico 
              y ambiental en 1.992 y el Pico Manzanillo Parque Ambiental y de 
              interés arqueológico a partir de 1.997-1.998.  Lamentablemente esta realidad no ha prosperado en 
              positivo como es el anhelo del arqueólogo. Por el contrario, 
              un factor negativo ha ganado ventaja y el tema resulta ya mito, 
              ya superstición, y gana irrelevancia nuestro patrimonio. 
              Al punto que una declaratoria oficial que permita resolver el asunto 
              a favor de lo arqueológico, se requiere y no hacerlo resulta 
              funesto. Es significativo el hecho que no exista archivo de los 
              paseos de la escuelas de Itagüí a los Cerros, o de aquellos 
              que hacíamos las familias y vecindario, o los que hacía 
              Don Luis Mejía a los Tres Dulces Nombres y al Pico Manzanillo 
              con algunos miembros de la Sociedad de Mejoras Públicas cada 
              diciembre a quemar alguna pólvora, como así de las 
              celebraciones de la misa campal que eran todo un acontecimiento 
              de romería y procesión, muchas veces pasando por entre 
              las piedras grabadas y las huellas de los aborígenes que 
              poblaron estas tierras; a esas caminatas acudíamos con fiambre 
              envuelto y recogimiento aldeano; qué pesar que se tienen 
              en el completo olvido y sólo mentes lúcidas como la 
              de doña Ofelia Múnera Palacio lo recuerdan y dan testimonio 
              de ello.  El encuentro con el maestro se llevó a cabo 
              en su oficina 107 del Paraninfo de la Universidad de Antioquia, 
              el día 29 de julio de 2002, a la hora del almuerzo tomando 
              un maravilloso café colombiano y de nuevo la primera semana 
              de noviembre de 2002 en que miramos el borrador del trabajo y se 
              pudo ultimar algunos detalles de la información.   LA ENTREVISTA   David Mejía: Profesor, ¿Qué 
              son los petroglifos de Itagüí? Graciliano Arcila: Son testimonios del espíritu 
              creador primitivo de los aborígenes pobladores del Valle 
              de Aburrá. Los petroglifos encontrados están en el 
              barrio Rincón Santo, o Rosario como se llama hoy en día, 
              y son unas rocas duras, unas rocas andesitas, rocas cristalinas 
              conformadas de puro batolito de los Andes antioqueños, y 
              cuya superficie no es absorbente, y que llevan en sus caras visibles 
              unas incisiones o tallas muy representativas de la cultura aborigen 
              sobre la que poco o nada se sabe. Esas rocas son un complicado trabajo 
              de talla especializada, mostrando signos o señales especiales, 
              que hemos denominado gliptografías y que más bien 
              poco se han estudiado, y que nuestra hermenéutica supone 
              inscripciones simbólicas, o probables expresiones de un lenguaje 
              común que se incorporaba a su desarrollo. El trabajo debió 
              de ser realizado solo en las caras visibles y planas de estas mismas 
              rocas y quizás para la contemplación y con un fin 
              preciso. Generalmente, las piedras tienen una orientación 
              al oriente y queda mucho por descubrir al respecto. Distantes unas 
              de otras al punto de que pudimos hallar 8 piedras con símbolos 
              y descubrir un sendero de piedra pulida cercano muy bien hecho y 
              seguramente no improvisado. Son rocas que sirvieron para unos fines 
              que aún ignoramos y suponemos arcaicos. D.M.: ¿Con qué instrumento debieron 
              haberse hecho?  G.A.: Creo que es un completo misterio aquello 
              con que practicaron los aborígenes tan perfecta incisión, 
              tan admirable talla. Su ancho y su profundidad regulares. Un mismo 
              acabado. Empleo de materiales especialmente identificados. Repetición 
              de unas figuras o signos. Debe de haberse empleado un instrumental 
              mucho más duro que la piedra, quizás la obsidiana. 
              Debieron haber empleado mucho tiempo y su equipo, andamios, calcamientos 
              o trazos nos son completamente desconocidos.  D.M.: ¿Qué podría hacer 
              la arqueología sobre estos vestigios?  G.A.: Estudiar y seguir investigando. Poder 
              llegar a conocer quiénes y cómo los hicieron, averiguar 
              qué significado tuvieron. Llegar a saber estas cosas, ninguna 
              otra ciencia puede lograrlo. Pero ello requiere de mucho apoyo y 
              financiamiento. Los mensajes que los antiguos pobladores dejaron 
              allí, en unas rocas, todavía ignoramos qué 
              significan. Pero ya está el primer paso: descubrirlos y procurar 
              preservarlos. Qué grado de desarrollo habían alcanzado 
              sus autores está por revelarse. Ese es el papel de la antropología: 
              entender los mensajes, las huellas grabadas como evidencias de un 
              pasado remoto que por fortuna se conservan para nuestra tarea hoy 
              en día. Huellas para identificar.  D.M.: ¿Podría describir algún 
              petroglifo?  G.A.: Son huellas incisas dejadas sobre las 
              caras de grandes piedras. Son líneas, curvilíneas 
              espiraladas, espirales con estructuras sigmáticas, aún 
              motivos que se perfilan signos insinuados o casi borrados, círculos 
              concentricos, rombos, triángulos, líneas curvas. Las 
              herramientas con las que llevamos a cabo la investigación, 
              probablemente ya hoy en día están superadas, pero 
              decir que encontramos 8 petros como material de evidencias del pasado 
              que subsiste es muy interesante para el mundo científico. 
              Son prácticamente los únicos vestigios en su género 
              que hay en el Valle de Aburrá. Creo que entre todas estas 
              rocas se nos está refiriendo un mensaje, más nuestra 
              hermenéutica cuando los hizo objeto, no profundizó 
              suficientemente, creo que por ciertas limitaciones nuestras y de 
              la Institución Universitaria de entonces. Los grabados de 
              estas piedras son una expresión simbólica, una lengua 
              o prelenguaje y signos gráficos que revelan comunidad de 
              diálogo o de referentes de un pensamiento común, que 
              trasmiten emociones y conceptos, que por antiguos no dejarán 
              de ser objeto de la ciencia y de un interés muy grande para 
              la historia. Haber hecho los petroglifos implica que un asentamiento 
              humano adecuado lo hubiera llevado acabo. Por tanto es de suponer 
              una división del trabajo concreta entre aquellos aborígenes. 
              Un pueblo nómade, exclusivamente cazador, primero, no podría 
              haber hecho esta labor, habría requerido de mucho tiempo, 
              y segundo, cumplir una especie de misión para una comunidad 
              con un grado de organización básica sin dudas.  No son arte figurativo natural. A pesar de insinuar 
              figuras antropomorfas y zoomorfas como así líneas 
              curvas para representar movimiento, los petroglifos de Itagüí, 
              son posiblemente signos mnemónicos, marcas de territorios, 
              relojes de sol, mapas, y entre otras cosas signos de categorías 
              sociales que sugieren signos de losanges o sea rombos invertidos, 
              y cuyo significado ignoramos considerablemente. Como hemos observado 
              en la investigación en arte rupestre en el contexto de los 
              petroglifos de Itagüí el mensaje y las diversas piedras, 
              contienen una misma identidad de los autores. Valga observar que 
              estos signos nos permiten relacionarlos con signos antillanos, que 
              en la figura del huracán, hicieron de la espiral sigmática 
              un mito que se refiere a deidades, pensamientos, marcas y simbología 
              que quizás aluda a la fuerza de la lluvia y del viento. Idea 
              que aún hay que profundizar más. Estos petroglifos 
              tienen identidad con los que se encuentran ubicados en las poblaciones 
              de Antioquia, en dirección de sur a norte: Supía, 
              Nariño, Valparaíso, Támesis, Pueblo Rico, Tarso, 
              Jericó, La Pintada, Fredonia, Venecia, Titiribí, Itagüí, 
              Girardota, Barbosa, Cocorná, Yolombó, Gómez 
              Plata, Amalfí. (Es notable la ausencia de estudios aplicados 
              a este camino de petroglifos y de yacimientos de arte rupestre en 
              nuestro territorio).  D.M.: ¿Cuándo se enteró 
              de la existencia de estos vestigios precolombinos en Itagüí? 
               G.A.: De esto tuvimos noticia porque Alonso 
              Escobar Montoya (Aloncito, otro amagueño y quién había 
              sido nombrado Alcalde por aquellos años) se acercó 
              al Museo Etnológico y nos sirvió de guía hacia 
              este yacimiento. Esto a mediados de 1.954. A esta inspección 
              vine acompañado de Alfonso Peláez y José Henao, 
              bibliotecario de la Universidad y un excapitán del ejercito 
              respectivamente, (de Henao, llamado Henaito, cabe destacar que por 
              aquella época hacía parte del Círculo Bolivariano 
              que funcionó por muchos años y se reunía con 
              Don Diego Echavarría Misas en la Biblioteca de Itagüí, 
              y no sobra advertir que llegó a la Alcaldía a finales 
              de los años 50). Pero una década después, con 
              unos colegas, Jairo Estrada Ruiz y Marco Aurelio Toro, volvimos 
              a hacer una inspección más, para informarnos de la 
              autenticidad y antigüedad de las piedras, y de ahí, 
              de esa labor, se llegó a la producción de un documento 
              que da cuenta por primera vez de los petros de Itagüí 
              y que se encuentra en el Boletín del Instituto de Antropología: 
              UdeA, Vol. III, N°12, diciembre de 1970.  En esa ocasión a estas rocas talladas y únicas 
              en todo el Valle de Aburrá le practicamos un estudio fotográfico. 
              Con tiza trazamos las líneas incisas y luego, nos dedicamos 
              a hacer toda la labor científica del caso en el laboratorio 
              y en nuestros grupos de discusión de colegas y participantes 
              de la academia. D.M.: ¿Usted cree qué entre estos 
              petroglifos hay una simbólica religiosa? G.A.: Efectivamente, creo que acá 
              en medio del sitio de los petroglifos de Itagüí tenemos 
              un centro de ceremonias religiosas. Las figuras geométricas 
              y de animales estilizados, signos abstractos y uno que otro signo 
              naturalista, y particularmente, la espiral como motivo frecuente 
              en esta rupestrería, se refiere a signos de categoría 
              mítica y de una relevancia tal, que la piedra de por si aseguraba 
              una larga durabilidad. Y no veo porque no vaya a ser el sitio, un 
              sitio de ritualidad aborigen a unas fuerzas o unos dioses, (de la 
              lluvia, o la serpiente poderosa que gobierna la tierra) y que ello 
              produjera un concepto de la ascendencia y la trascendencia. El círculo, 
              empleado mucho en estas grafías, debe sugerirnos la simbolización 
              de un pensamiento sin dudas bien avanzado en el desarrollo de los 
              pueblos, algo que nosotros hoy debemos declarar trascendental. Un 
              hilo que conduce después de varias vueltas a un punto que 
              bien puede ser externo o interno y el sendero de su hilo un camino 
              que deberíamos recorrer. D.M.: ¿Cómo podríamos 
              llegar a saber más al respecto?  G.A.: Permítame terminar una cuestión: 
              sinceramente creo que acá no hay inventos de antropólogo. 
              Hay elementos de religión y esto está por investigarse 
              aún mucho más. Veo un pueblo tallador de piedra que 
              de pronto desaparece, y nos deja sus huellas visibles. De modo que 
              hay que andar detrás de estas huellas para llegar a la debida 
              representación de una cultura primitiva cuyos únicos 
              vestigios son estos, y ahí están esperando el reto 
              de la antropología y de las nuevas generaciones que se interesen 
              por ello. No pierdo las esperanzas de que algún día 
              se pueda tener más vestigios, y por tanto, mejores posibilidades 
              de conocer nuestra prehistoria. Siglos de cultura prehispánica. 
               Esta información se encuentra entre basurales, 
              entre los restos ocultos de los sitios de asentamiento aborigen, 
              que cuando se desentierren sin dudas dejarán ver a la luz 
              de la investigación toda su identidad. Hay que mencionar 
              el poco cuidado que se ha tenido en la lectura de los cronistas, 
              esto ha hecho que historiadores de respeto, hayan aceptado sin análisis 
              hechos históricos, y aún se caiga en omisiones de 
              gravedad frente al pasado. O en el otro extremo se inventen tesis 
              sin ningún valor científico. La Arqueología 
              y una larga actividad de científicos podría ahondar 
              en muchos aspectos que recién hemos empezado a evaluar. No 
              olvide que son cientos o miles de años ahí que en 
              las huellas arqueológicas se encuentran enterrados. Y no 
              sobra mencionar que si no existen políticas claras de defensa 
              y cuidado, la guaquería daría al traste con aquella 
              información de valor cultural y patrimonial que los ancestros 
              nos legaron. D.M.: ¿Hizo usted otras investigaciones 
              de petroglifos?  G.A.: Claro, y muchas. La primera fue la 
              de Támesis y Titiribí. La Pintada y Venecia. También 
              en el sur, en Nariño, en el Cauca, y en Boyacá. El 
              viaje de mi experiencia ha sido largo, ruego que consulte las bibliografías 
              mías y comprobará. Pero no puedo dejar de mencionar 
              los trabajos en Urabá, en donde no hay presencia de petroglifos 
              pero sí una riqueza de evidencias muy importantes. Estas 
              si que me alegran bastante por el significado histórico a 
              partir del descubrimiento español de las tierras continentales. 
              Sobre el Valle de Aburrá he inspeccionado en distintos sitios: 
              Aranjuez, Santa Elena, Belén, San Javier, El Poblado, Envigado, 
              e Itagüí por supuesto, y habrán de pasar muchos 
              años hasta que la investigación sea más enriquecida 
              y reciba el apoyo y la financiación requeridas. Hay que mencionar 
              que he estado en todas las partes de Colombia en que ha habido trabajo 
              de arqueología por más de 50 años.  D.M.: ¿Por qué son tan importantes 
              los hallazgos de Urabá? G.A.: Porque fue lo más espectacular 
              que hice en mi carrera arqueológica, y de lo cual aún 
              falta por publicar la segunda parte: es el descubrimiento del sitio 
              de fundación de Santa María de la Antigua del Darién, 
              primera Ciudad de América con aprobación del Rey Fernando 
              II el Católico, y a la que llegaron Vasco Núñez 
              de Balboa, Martín Fernández de Enciso, Alonso de Ojeda 
              y Francisco Pizarro, entre muchos conquistadores más, y en 
              donde se sentaron las bases para la primera Gobernación en 
              América continental, que inicialmente se denominó 
              Nueva Andalucía y posteriormente, después de Pedro 
              Arias Dávila, pasó a llamarse Castilla de Oro, y que 
              llegó a ser el crisol en dónde se preparó la 
              mayoría de los conquistadores de América en la campaña 
              de exterminio de los aborígenes de las Antillas, y particularmente 
              los del norte de Colombia, como así los habitantes de centro 
              América precolombina. Posteriormente, a Santa María 
              de la Antigua del Darién que llegaron y permanecieron por 
              motivo de su empresa: Bernal Díaz del Castillo, Diego de 
              Almagro, Fernández de Oviedo, Hernando Soto, Pedro de Alvarado 
              y Ampudia, Juan Sebastián Elcano, Sebastián de Belalcázar, 
              Hernán Cortés, Enrique de Colmenares, y muchos más, 
              y a dónde llegó el primer Obispo de Tierra firme, 
              Juan de Quevedo, incluso el padre de la Casas. Prácticamente 
              fue allí en donde se consolidó la empresa del inmenso 
              horror que significó la conquista de América, de sus 
              aborígenes y de donde salieron los más variados planes 
              para invadir el nuevo mundo y hacerse a su oro, plata, perlas y 
              tierras.  D.M. ¿Volviendo a Itagüí, 
              se dieron a conocer estos avances arqueológicos a la Alcaldía 
              de este Municipio?  G.A.: Claro. A raíz de aquella prospección 
              se propuso que la Administración de Itagüí de 
              aquella época, declarara aquella zona de los petroglifos, 
              un Parque Arqueológico. Cuestión que se acogió, 
              incluso se instalo una placa conmemorativa a los primeros pobladores 
              de este sitio. Además, se determinó dar tratamiento 
              arqueológico y de patrimonio cultural al sitio del Rincón 
              Santo. Ahora el asunto es diferente: las autoridades locales deben 
              intervenir estos patrimonios, deben preocuparse por ellos. Leyes 
              recientes y Decretos complementarios de la Ley así lo demandan. 
              Ya no hay que ir a pedirles a las autoridades que hagan ésto 
              u aquéllo con el patrimonio cultural. La cultura patrimonial 
              es de la nación y de los municipios o las ciudades, por tanto 
              no pueden las autoridades desentenderse de él. La Constitución 
              Política del 91: en los Art. 63 y 72; y la Ley 397 de 1997 
              y el Decreto 833 de 2002, reglamentario de la Ley, que dejan dicho 
              expresamente: "el deber de proteger las riquezas y los patrimonios 
              culturales". En este sentido, puede consultarse también la 
              Ley 163 de 1959. El Decreto 264 de 1963 y el Decreto 522 de 1971. 
              Y aún el Código de Policía. Este edificio de 
              normas jurídicas compromete a las autoridades civiles y policiales 
              a niveles municipales, departamentales y nacionales. D.M.: ¿Los petroglifos están 
              bajo factores de riesgo?  G.A.: Claro que sí y mucho. Algunos 
              petroglifos de Itagüí han sufrido el intento de regrabación 
              cosa funesta, para ello se ha empleado instrumental moderno y con 
              punta, diferente con el que originalmente se utilizó para 
              realizarlos, es decir, sin punta, esto es lamentable. Particularmente, 
              uno de ellos en la Loma de los Zuletas, quizás el más 
              grande que conocimos por allá en 1968, en algunas partes 
              evidencia este atentado. Sin embargo, y a pesar de la dureza de 
              la roca, es claro que así no se deben intervenir. Otro factor 
              lamentable es el daño que causan los agentes atmosféricos 
              que también son ocasión para que se afecten. O que 
              por estar a la intemperie las lluvias los erosione, descascare y 
              corrompa sus tallas visibles, o que les pongan dinamita, como ya 
              sucedió a alguno, según cuenta la gente del sector. 
              Sin unos cuidados a estos petroglifos, creo que no perdurarán 
              por muchos años más. Hay que protegerlos de los agentes atmosféricos 
              que los van borrando o que sobre sus líneas incisas van contribuyendo 
              a que desaparezcan. Uniendo líneas a otras líneas, 
              y vayan cambiando lo que originalmente estaba escrito. Este caso 
              ya se evidencia también; hay una piedra grabada que fue afectada 
              con pintura de aceite en aerosol; alguien le roció pintura, 
              ahora retirarla es supremamente delicado. Se tiene siempre el riesgo 
              de que a cualquier otra persona se le ocurra hacer cualquier cosa 
              insospechada a una de estas piedras, como llevarse una para la casa 
              o volverla mercancía para la venta, o viéndola objeto 
              que estorba para hacer una habitación o un camino, entonces 
              la destruya a golpe de almádena, como ya ha pasado también. D.M.: ¿Desde cuando está vinculado 
              a la Universidad y particularmente a la antropología?  G.A.: Creo que desde finales de la década 
              de los años treinta. Figúrese que empecé bachillerato 
              siendo ya un hombre de 19 años, ingresé a estudios 
              superiores con Paul Rivet, el padre de la Antropología y 
              desde más o menos desde el 43 empecé a ser profesor 
              del liceo antioqueño. Y luego de la Universidad, y desde 
              entonces, ya van a ser 60 años, en que he estado vinculado 
              con la Universidad de Antioquia, el Museo Arqueológico y 
              las comunidades científicas de boletines y publicaciones 
              especializadas que se han propuesto y que por la labor de antropología 
              uno debe sumarse.  D.M.: ¿Ha realizado otras investigaciones 
              en el Valle de Aburrá? G.A.: Por supuesto. Las formidables investigaciones 
              realizadas en Guayabal. Ha sido fabulosa esta parte del descubrimiento 
              de buena información prehispánica en nuestro Valle 
              de Aburrá. Allí se adquirió invaluable evidencia 
              y reconstrucción de datos de información preciosa 
              sobre nuestro Valle. Gracias a que un constructor informó 
              el hallazgo de una tumba por los lados de el Club El Rodeo y de 
              la cual se sustrajo un muy interesante tesoro arqueológico 
              para Medellín y para Antioquia. De aquella tumba hay mencionar 
              algo muy importante: numerosas piezas vieron la luz después 
              de cientos de años. Evidencias representadas en husos del 
              arte textil de la época prehispánica, cuantiosos y 
              bien conservados. En el curso de muchos años no había 
              existido absolutamente casi nada de evidencias prehistóricas 
              del Valle de Aburrá. Pero a partir de ese hallazgo, se ha 
              podido avanzar considerablemente en el estudio de la historia del 
              Valle, y gracias a la arqueología ya el material va revelando 
              una información que ignorábamos. Yo ya no estoy participando 
              de esto por mi edad, pero creo que hay varias personas como instituciones 
              trabajando en ello seriamente.  D.M.: ¿Ha sido comprobada la información 
              que usted ha investigado? G.A.: Considero que sí. No en vano 
              he sido gestor y promotor de la disciplina científica en 
              nuestra ciudad y el departamento, y he sido reconocido en el País. 
              De ello hablan los textos, las conferencias y la infinidad de documentación 
              elaborada de la cual mucha está publicada. Además, 
              la existencia de numeroso material listo para publicarse, y que 
              no puede ser el embeleco de un chiflado o una comunidad de chiflados, 
              todo esto ha sido una labor lenta y de mucho trabajo siguiendo unos 
              parámetros científicos establecidos.  D.M.: ¿Volviendo al tema de Urabá, 
              cómo supo lo de Santa María La Antigua del Darién? G.A.: Un chalupero, Francisco Mosquera, un 
              negro de unos cincuenta años de edad, que había estado 
              observando como realizaba la labor arqueológica de rescate 
              en un solar de casa de Turbo, me dice: "he oído de mis padres 
              que a la vez lo escucharon de sus abuelos, y lo mismo que lo oyeron 
              de los suyos y así de sus abuelos, que cerca del río 
              Talena, antiguamente hubo una ciudad muy grande, y que se ofrecía 
              a llevarlo si quería, pero a condición de que le ayudara 
              a traer unos marranos". Y así se hizo. Cruzamos el Golfo 
              de Urabá en una chalupa y ahí mismo en medio del sitio 
              descubrí un basural, cuestión que no fue difícil, 
              y se encontré artefactos y utensilios hispanos dejados hace 
              cinco siglos, los cuales puse en la mochila y dando la espalda me 
              vino con el costeño ayudándole con los marranos. Luego 
              regresé a la Universidad de Antioquia. Las evidencias fueron 
              analizadas con otros profesores y constatamos que estos artefactos 
              efectivamente eran la primera evidencia española dejada en 
              América, que entre 1510 y 1524, en el sitio exacto en dónde 
              estuvo la primera ciudad de Tierra Firme, sitio en que levantaron 
              dicha ciudad. Estos tiestos de vasija y clavos castellanos, hoy 
              en día reposan en el Museo Arqueológico de la Universidad 
              de Antioquia y se constituyen en la primera evidencia de Santa María 
              de la Antigua del Darién. A partir de ese momento con aquel 
              trabajo se dio inicio a una nueva era de la Antropología 
              en Colombia. D. M. ¿Qué lo ha animado a lo 
              largo de la carrera? G. A.: Una pasión irresistible por 
              el estudio, la indagación y el encontrar explicación 
              adecuada a tanta información oculta en nuestra patria y en 
              nuestro terruño. Descubrí el estudio ya siendo un 
              adulto y desde entonces me fue imposible desentenderme de andar 
              interesado por mi ciencia y la labor que con ella se puede ofrecer 
              a la sociedad y a la historia. Jamás me ocupé en otra 
              cosa que no fuera el develar mitos y leyendas, caminos y vestigios, 
              memoria de los orígenes y el desarrollo del hombre americano 
              al paso de los siglos. Mire, nunca es tarde para empezar a indagar. 
              En cuestiones históricas y antropológicas falta pero 
              mucho por hacer e investigar nuestra patria. Lo más importante 
              de todo será las ganas de trabajar. Trabajar no sólo 
              por y para encontrar respuestas, sino para disfrutar el andar buscándolas. ----------- Al final de la entrevista, el profesor Graciliano 
              advirtió que algunos antropólogos vienen trabajando 
              el Valle de Aburrá, así como muchos estudiantes recientemente 
              graduados y que él quisiera que fueran más. También 
              celebró que el interés subsista puesto que con ello 
              se está contribuyendo al patrimonio cultural nacional y al 
              rescate de la riqueza atávica oculta en evidencias arqueológicas. 
              Para despedirse dijo: no hay o no conozco Arcilas de arriba, solo 
              existen los de abajo; hombres y mujeres, sencillos luchadores, que 
              como yo se han propuesto contribuir al bagaje y riqueza cultural 
              del absorto país, que aún vaga sin destino por falta 
              de identidad y pertenencia, de admiración y estima.    Colaboracion especial de David 
              Mejía Peláez para Rupestreweb , (Itagüí, 
              Agosto- Noviembre de 2002).     [Rupestre/web Inicio] [Artículos] 
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