Nuevas
tendencias en el estudio del Arte Prehistórico*
Teresa
Chapa Brunet. Departamento
de Prehistoria Universidad Complutense de Madrid. tchapa@eucmax.sim.ucm.es
Cualquier estudio del pasado remoto enciende
el interés de los prehistoriadores, pero las manifestaciones
artísticas desarrolladas durante la Prehistoria han planteado
y siguen planteando un reto muy especial a la investigación,
puesto que a la belleza de sus manifestaciones, que nos atrae como
un imán, se añade la complejidad de un simbolismo
cuya aprehensión se nos escapacasi por completo (Moure, 1999).
Son muchas las investigaciones que se han dedicado
a este tema, con logros indudables en las aproximaciones teóricas
y mejoras sustanciales en las herramientas de documentación,
análisis y conservación. Sin embargo, cualquier persona
interesada en la materia estará de acuerdo en que los avances
de la investigación sirven generalmente para solucionar algunas
pequeñas preguntas, pero sobre todo lo que consiguen es abrir
nuevos grandes interrogantes e incluso poner en duda aquellos conceptos
que constituían las bases más firmes de nuestros conocimientos.
Cuestionar los principios desde los que trabajamos
es un ejercicio muy sano, que además nos ayuda a dirigir
las actuaciones concretas que suponen nuestros proyectos de investigación
y a comprender la relevancia y pertinencia de sus planteamientos
y resultados. Con frecuencia los estudiantes que se matriculan en
la asignatura de "Arte Prehistórico" piensan que,
como en muchas otras, los contenidos de la misma están claramente
definidos, y que los profesores, como mucho, se limitarán
a incorporar los nuevos datos de la bibliografía más
reciente a una sólida estructura perfectamente construida.
Por el contrario, a mi juicio, pocas asignaturas necesitan tanto
de una reflexión profunda que justifique su existencia y
especifique sus objetivos.
Porque, ¿qué entendemos por "Arte
Prehistórico"?. Existe en este concepto una contradicción
que ha provocado reacciones diversas entre los especialistas. Por
una parte, el término "arte" procede de un enfoque
que emana del propio sustrato de los investigadores, y que probablemente
no refleja un concepto similar en los tipos de sociedad que estamos
estudiando. Muchos de los grupos humanos que han podido analizarse
en época reciente y que realizan representaciones que nosotros
calificaríamos como "artísticas", no distinguen
estas obras de muchas otras tareas cotidianas, ni se inquietan por
lo que es o no es arte, hasta el punto de que en sus vocabularios
esta palabra ni siquiera existe (Hernando, 1999). La propia definición
de "Arte" en el mundo actual es enormemente complicada,
pero en su acepción tradicional se considera como una actividad
creativa, que requiere una habilidad especial, que puede incorporar
un mensaje y que a menudo busca proporcionar un goce estético
y, por tanto, placer. En el campo de la Prehistoria, sin embargo,
la consideración del arte se inclina más hacia las
representaciones a las que atribuimos un contenido simbólico
más que utilitario, independientemente de su complejidad,
aunque es evidente que ésta existe en muchas de sus manifestaciones.
El "arte prehistórico" se convierte así
en una categoría definida por su asociación a formas
de representación gráfica ligadas a una supuesta carga
simbólica en grupos que no practican la escritura. En definitiva,
por un lado, su relación con la moderna acepción del
término es, desde luego, muy relativa, y por otro, como hemos
visto, no responde tampoco a un concepto habitual entre los grupos
humanos que podríamos considerar "prehistóricos".
¿Por qué usar el término "Arte"
en estas circunstancias?. Ciertamente, son muchos los que opinan
que no debiera emplearse en este contexto. Para unos, el término
"arte prehistórico" ha suscitado interpretaciones
monolíticas y ha hecho bascular treinta milenios de creaciones
de imágenes en una sola categoría, impidiendo una
lectura de estas manifestaciones dentro de los parámetros
internos de cada grupo social. Muchos otros han rechazado también
hablar de "arte" y prefieren referirse a pinturas y grabados
rupestres o muebles, símbolos o imágenes (Lorblanchet:
1999). Tampoco desde las instancias académicas dedicadas
a la Historia del Arte se considera que las representaciones prehistóricas
puedan ser consideradas como un verdadero arte, y por ello la asignatura
"arte prehistórico" la imparten los Departamentos
de Prehistoria, sin que exista en este caso particular la habitual
batalla por apoderarse de las enseñanzas que lleven el título
del área correspondiente.
Sin embargo, para muchos especialistas la propia
indefinición del término,su tradición histórica
y su limitación a las representaciones a las que se atribuye
un carácter simbólico es lo que le hace especialmente
útil, dado que más que responder a un contenido específico,
se refiere a una convención extremadamente neutra y flexible
en la que caben multitud de manifestaciones diversas (Bahn, 1998:
xii).
Una de las causas de que estas discusiones sigan
abiertas y sean incluso novedosas dentro del ámbito arqueológico
europeo es el escasísimo contacto que ha existido entre los
estudiosos del arte prehistórico y el mundo de la Antropología,
que lleva años revisando los conceptos relativos al arte
realizado por las sociedades prehistóricas recientes bajo
la denominación tradicional de "Arte Primitivo".
Como señalába Fraser hace años (1962: 14),
ante este tipo de arte existieron, al menos desde finales del siglo
XIX, dos posturas radicalmente opuestas. Una, la de los antropólogos,
cuyo interés ante los objetos artísticos se integra
en el estudio de la sociedad como conjunto. En este punto es preciso
recordar la señera figura de F. Boas (1947), quien en su
clásica obra "El Arte Primitivo" analizó
el arte resaltando no sólo sus componentes de estética
y habilidad, sino su capacidad para concentrar y transmitir símbolos
de significado múltiple compartidos por todo el grupo social.
Boas consideraba que las formas artísticas de los grupos
primitivos estarían condicionadas por la configuración
social, por el medio ambiente, por la disponibilidad y los conocimientos
técnicos del grupo y por la función, a lo que habría
que añadir la habilidad artística de los autores.
Se trata, como vemos, de un planteamiento muy parecido al que hoy
recogemos en el estudio del arte prehistórico desde la arqueología.
Por el contrario, desde otra posición, los denominados amantes
del arte y anticuarios consideran cada objeto como un producto singular
de la mente humana. Su objetivo es gozar de las cualidades artísticas
de una pieza, independientemente del ambiente del que la obra procede.
Ambas posturas han tenido reflejo en exposiciones temporales o permanentes
de salas y museos, y la discusión se ha mantenido activa
debido al alto número de objetos artísticos de sociedades
no occidentales que han entrado desde hace siglos en el mercado
del arte (Bovisio: 1999). Parece evidente que el estudio del arte
prehistórico europeo no puede ser ajeno a estas reflexiones,
aunque muchas sus evidencias hayan tenido un máximo reconocimiento
como Patrimonio de la Humanidad y se les asigne un alto nivel de
protección jurídica.
Estamos hablando de Arte Prehistórico, por
lo tanto, como una de las manifestaciones más característicamente
humanas, pero ¿sabemos si la humanidad recurrió desde
sus comienzos a este tipo de manifestaciones simbólicas,
o más bien, lo hicieron sólo los tipos humanos más
recientes?. En el primer caso, el desarrollo físico y conductual
se consideraría como un proceso continuo, mientras que en
el segundo dejaría de reconocerse en los seres humanos anteriores
al hombre moderno una de las expresiones que, como acabo de decir,
marcarían de forma más clara las diferencias entre
los humanos y el resto de los animales, especialmente los monos
superiores.
Es ésta una cuestión crucial que ha
provocado un debate actualmente muy abierto, ya que no se trata
sólo de establecer la fecha a la que podemos remontar las
primeras obras de arte, sino de conocer por qué surgieron
en un determinado momento y no en otro. Puesto que las manifestaciones
más antiguas parecen coincidir con la expansión del
Hombre moderno, ya sea en Europa, Australia o África del
Sur, se plantea además, como acabo de señalar, una
pregunta que interesa no sólo a los arqueólogos, sino
a todos aquellos que estudian la Antropología desde cualquier
punto de vista: ¿Realmente el arte es una manifestación
exclusiva del Homo sapiens sapiens (H.s.s.) o existieron
ya algunos tipos de manifestaciones simbólico-artísticas
ligadas a formas humanas anteriores, especialmente neandertales?.
La importancia de este interrogante es evidente, y ésta es
una de las causas por las que el arte prehistórico se ha
asomado a revistas científicas de renombre, como Science
(Appenzeller: 1998). Las posturas adoptadas por los especialistas
ante esta disyuntiva son básicamente dos: aquellos que propugnan
que el desarrollo del simbolismo y sus formas de expresión
suponen un cambio radical y cualitativo en la capacidad cognitiva
humana, que debe reconocerse única y exclusivamente en el
H.s.s., y aquellos otros que consideran que el desarrollo
del simbolismo ha ido progresando lentamente a lo largo de la historia
de la humanidad hasta alcanzar sus cotas más altas de expresión
con el ser humano modeno.
Entre los primeros se encuentran lingüistas,
psicólogos y neurocientíficos ademàs de arqueólogos.
S. Mithen (1998) es una buena muestra de estos últimos y
bien conocido en España por la traducción de su libro:
"Arqueología de la Mente". Defiende este autor
que en las especies humanas anteriores existen capacidades para
la simbolización, pero que ésta resulta imposible
de desarrollar por faltar las conexiones cerebrales necesarias para
llevarla a cabo. Esta capacidad de relación aparecerá
sólo con el H.s. s., y desde ese momento el arte se
desarrollará sin necesidad de un largo proceso de aprendizaje.
Así, las antiguas figurillas de Europa Central serán
piezas de extraordinaria calidad, revelando un desarrollo "repentino"
de las habilidades artísticas.
Entre aquellos que por el contrario defienden
un largo proceso evolutivo es de justicia citar a A. Marshack (1997),
quien ha rastreado los orígenes del pensamiento simbólico
a través de piezas halladas en contextos anteriores al Paleolítico
Superior, así como del gusto por la recolección de
fósiles, que harían las veces de figuras representadas
en piedra, o del uso del ocre para la decoración corporal
o de objetos perecederos, especialmente en el Paleolítico
Medio. Quizás la reactivación más notable de
esta última propuesta la proporcione el hallazgo de la supuesta
figurilla antropomorfa de Berekhat Ram, en los Altos del Golán,
fechada entre 280.000 y 250.000 años antes del presente,
cuya lectura como representación figurativa ha sido discutida
en extenso (D´Errico y Nowell, 2000).
En la Península Ibérica el grafismo
rupestre más antiguo no parece ir más atrás
de la primera presencia del Homo sapiens. En yacimientos
como La Viña, en el área del Nalón, el profesor
Fortea ha podido reconocer grabados profundos en paredes exteriores
que se relacionan con niveles del Auriñaciense, con una fecha
inicial del 36500 BP, lo que se interpreta como las primeras marcas
sobre el paisaje de los nuevos habitantes de la zona, que posteriormente
procederán a desarrollar imágenes de tipo figurativo
(Fortea, 1994).
Los estudios sobre el arte prehistórico han
aprendido mucho también del análisis de las manifestaciones
artísticas realizadas por grupos modernos (lo que antes se
denominó como "Arte Primitivo"). Ésto ha
servido, por ejemplo, para recuperar la consciencia de que aquello
que se ha conservado es sólo una mínima parte de lo
que existió. Durante muchos años se consideró
que las manifestaciones recuperadas para el análisis arqueológico
suponían una buena parte de las realizadas en su momento.
Así, los grupos del Paleolítico Superior básicamente
decorarían el interior de las cuevas y algunos objetos de
piedra, hueso y asta, los grupos post-paleolíticos realizarían
pinturas y grabados en superficies rocosas al aire libre, o introducirían
objetos decorados en piedra o cerámica en sus sepulturas
y lugares de culto. Si lo pensamos con detenimiento nos daremos
cuenta de hasta qué punto nuestra visión es sesgada.
¿No es acaso un auténtico milagro que existan todavía
hoy pinturas y grabados de hace más de 30.000 años?.
Y consecuentemente, ¿cuántas más cosas habría
que hoy consideramos arte y cuya presencia ha quedado desvanecida
para siempre?. No sólo muchas de las representaciones convencionales
sobre soportes duros se han ido perdiendo por múltiples procesos
post-deposicionales: yacimientos que quedan sepultados o destruidos,
el agua que lava las paredes, la erosión del viento y de
la lluvia, del sol y del frío, la acidez del suelo, la actividad
humana y animal, y tantas y tantas razones que provocan una importante
pérdida de documentación. Pero además, ¡cuántas
cosas se hicieron que no provocaron una huella material!. Los adornos
personales, de los que sólo nos quedan colgantes, collares
y pulseras en materiales duros, podrían alcanzar un volumen
impresionante y cargado de simbolismo en trajes, plumas y
complejas pinturas corporales. Las pieles y las maderas de
los instrumentos, campamentos y poblados pudieron ser depositarios
de ricas y variadas decoraciones. Y el arte no sólo se manifestaría
en pinturas, grabados y esculturas, sino en otros campos,
como por ejemplo la música y el canto, aspectos presentes
prácticamente en todos los grupos humanos conocidos. Los
estudios de las características de conservación, de
la evolución de las características ambientales, de
la respuesta de los materiales a los agentes naturales, y en general
de los procesos tafonómicos que afectan a cada una de las
áreas geográficas estudiadas y a los yacimientos en
concreto que son analizados forman un bloque de peso creciente en
los proyectos de investigación, que no hace falta resaltar
aquí (Bednarik, 1994).
Pero lo cierto es que los arqueólogos no se enfrentan directamente
al estudio de las actividades humanas, sino que deben deducirlas
de aquellos restos materiales que se han conservado, y ésto
en el caso del arte es especialmente difícil. Por eso, conscientes
o no de lo que falta, lo cierto es que en definitiva los especialistas
abordan el estudio de una evidencia concreta, cuyo análisis
estará condicionado por factores muy diversos. Algunos de
ellos pueden considerarse como circunstanciales, pero otros se relacionan
con los principios teóricos en los que se inserta cada investigador,
en su propia preparación y capacidad, y en la disponibilidad
de herramientas de análisis que cada vez se demuestran más
perfeccionadas. Los estudios tradicionales, de corte historicista,
basaban su interpretación en la analogía etnográfica
y su lectura del registro arqueológico en dos pilares fundamentales:
la descripción y la ordenación cronológica.
Ambos tendrán igualmente, como es lógico, una importancia
crucial, aunque no exclusiva, en otras tendencias interpretativas,
y en ambos se pueden observar innovaciones sustanciales en los últimos
años.
Cualquier persona que se dedique a estudiar el registro arqueológico
precisará describir aquello que constituye su objeto de estudio,
y el arte no es ajeno a ello. Desde fuera puede parecer que una
simple descripción de aquello que vemos es algo sencillo,
pero nada más lejos de la realidad, puesto que esta operación
implica un reconocimiento, y para ello necesitamos un código
en el que encajar aquello que observamos. El primer paso es definir
y jerarquizar los criterios taxonómicos, cosa que habitualmente
no se hace. Los artistas emplearon habitualmente diversas formas
de representación, graduando las figuras desde el realismo
al esquematismo, incorporando en ocasiones un buen grado de conceptualismos,
y jugando a menudo con una serie de convenciones cuyas claves son
difíciles de descodificar. Los investigadores se sienten
inseguros al organizar las fichas descriptivas de los paneles de
una cueva o abrigo tanto como los de cualquier objeto mueble, dado
que el mensaje transmitido, su finalidad y las circunstancias en
las que se transmite son condicionantes tan importantes como la
moda de una determinada etapa o la habilidad de los artistas individuales.
La necesidad de una clasificación bien organizada y que a
la vez recoja adecuadamente las incertidumbres que plantea todo
análisis de imágenes es algo aceptado más en
la teoría que en la práctica De hecho, dado que las
diferentes lecturas del arte prehistórico parten básicamente
de identificar aquello que se ha representado, han existido casos
claros de abuso, como en su día resaltó Jean Clottes
(1986-87), primando el reconocimiento de antropomorfos a partir
de motivos más que dudosos, o asignando a especies concretas
imágenes incompletas o fracccionarias. Las distintas formas
en que los especialistas han interpretado un mismo motivo (Ucko:
1989), o la decisión de "en la duda, elegir", en
lugar de "en la duda, abstenerse", han dado finalmente
la señal de alarma, y hoy día se suele ser más
prudente a la hora de clasificar una imagen, aunque ésto
nos dificulte la identificación y por tanto la comprensión
inmediata del motivo representado.
Como es lógico, estos problemas no se limitan
al arte paleolítico, sino que existen igualmente tanto en
el arte levantino como en el esquemático. Las antiguas clasificaciones
en motivos cuya denominación habitualmente termina en "forme"
(halteriforme, aviforme, ramiforme, tectiforme, esteliforme...)
(Acosta, 1968) van siendo sustituidas por otras que intentan evitar
el recurrir sistemáticamente a referentes relacionados
con animales u objetos reales, ya que se desconoce si muchos de
estos motivos tuvieron en efecto alguna relación con aquellos.
La tendencia que puede apreciarse en la bibliografía reciente
es la de buscar una terminología más aséptica
y generalizable, que pueda ser compartida en diferentes contextos,
a la manera de una taxonomía biológica. Éste
es el único camino que permite la comparación entre
manifestaciones diversas, de forma que puedan evaluarse de manera
objetiva sus similitudes y diferencias a través de formulaciones
estadísticas.
Un buen ejemplo lo proporciona Wilson (1998) en
su estudio sobre la expansión del arte rupestre en diversas
islas del Pacífico. Para esta investigación fué
necesario en primer lugar definir los tipos y categorías
de motivos. Después se procedió a utilizar la Fenética
como el método de la taxonomía numérica que
permite reconocer las similitudes y diferencias entre los conjuntos
estudiados, basándose no en caracteres aislados sino en conjuntos
de ellos. Ayudándose finalmente con datos cronológicos
y con nuevos procedimientos de sistemática filogenética,
como la Cladística, se pudieron formular hipótesis
bien fundamentadas sobre el desarrollo de las formas artísticas
en un conjunto de unidades insulares, y relacionar estas propuestas
con la información cultural y ambiental. Esta línea
de trabajo puede aplicarse en cualquier contexto y aportaría
probablemente resultados del mayor interés, siempre que estuviera
fundamentado en un análisis ordenado de las formas representativas
básicas.
Pero existe un paso previo a la realización
de un inventario correcto de las manifestaciones que estudiamos.
Para obtener un conjunto de figuras susceptibles de clasificación
hemos debido "extraerlas" de su emplazamiento original
para convertirlas en objetos de análisis (GRAPP, 1993).
Este proceso requiere de los mejores sistemas de documentación,
y en este campo la tecnología avanza con rapidez para proporcionarnos
todo un despliegue de medios que ha llegado a superar ampliamente
la simple capacidad visual humana. A los calcos, directos e indirectos,
y a la fotografía convencional, vienen a unirse ahora las
imágenes en soporte digital. El empleo de ciertas películas
fotográficas amplió la capacidad de registro del espectro
electromagnético a bandas que no eran visibles directamente
por el ojo humano, por lo que se amplió sensiblemente nuestra
capacidad de observación de la imagen. Podemos recordar aquí
la sorpresa que supuso observar que la supuesta mutilación
de las manos representadas en la cueva cacereña de Maltravieso
no era sino el resultado de cubrir con pintura el espacio que habían
ocupado algunos de sus dedos (Sanchidrian Torti, 1988-89; Ripoll
López et alii,1999).
Pero la fotografía digital, además
de ampliar este abanico de posibilidades, supone un gran avance,
ya que nos permite ir más allá del tradicional examen
visual de los propios originales o de las fotografías convencionales,
por muy sofisticadas y perfeccionadas que éstas sean. Como
señala Vicent (1994), las imágenes digitales no son
ya meros análogos visuales de una imagen real, sino matrices
de datos que responden a las propiedades físicas de la superficie
que es objeto de la observación, y que son susceptibles de
análisis cuantitativos. Esto nos permitirá reconocer
los distintos códigos digitales de los pigmentos empleados
en un panel respecto a los que ofrece el soporte, y realizar, por
ejemplo, calcos electrónicos de gran fiabilidad. Asimismo,
se podrán discernir los distintos tonos de pintura empleados
en una misma figura, o se revelará la existencia de diversas
fases en la decoración de una misma superficie. Además,
al ser enormemente sensible a la información exterior, puede
captar detalles de los que apenas quedan rastros detectables visualmente,
lo que tiene grandes implicaciones en el campo de la recuperación
de información y de la valoración sobre el nivel de
conservación de los distintos yacimientos (Vicent et alii,
1996).
Si recordamos, un segundo pilar de los estudios
tanto tradicionales como recientes sobre arte prehistórico
es la obtención de cronologías. Éstas resultan
básicas para entender los recursos expresivos de una sociedad,
ya que nos permiten tanto interrelacionar a grupos humanos concretos
con sus manifestaciones materiales y artísticas, como observar
los cambios en los recursos expresivos de esos grupos a través
del tiempo. La asignación de cronologías fiables es
uno de los principales caballos de batalla del arte prehistórico,
especialmente del rupestre, que muy raras veces se encuentra contextualizado.
Todos los recursos arqueológicos posibles fueron empleados
para obtener referencias seguras en el caso del arte paleolítico
desde el mismo momento de su descubrimiento: superposiciones, bloques
desprendidos e incluidos en niveles de habitación, cuevas
selladas, especies extinguidas, paredes colmatadas de sedimentos,
similitudes estilísticas con el arte mueble y diversas otras
posibilidades. Mediante la combinación de una cronología
relativa obtenida por el detallado estudio de las superposiciones
en los paneles y la asignación de ciertas figuras en algunos
casos excepcionales a fases culturales concretas se tejió
un primer cesto en cuyo interior se ordenaron el resto de las manifestaciones
en función de sus características de estilo.
En ambos casos existen novedades importantes que mejoran sensiblemente
su aplicación (Moure Romanillo y González Sainz, 2000).
En el análisis de las superposiciones, se
han importado al arte rupestre los sistemas más generalizados
para la ordenación y correlación de niveles en las
excavaciones arqueológicas, como las llamadas "Matrices
de Harris". Su empleo permite mejorar tanto el análisis
como la explicitación de las relaciones de superposición
entre las figuras de un mismo panel y son, por lo tanto, una firme
ayuda en la obtención de cronologías relativas (Loubser,
1997). En el campo de la cronología absoluta, el desarrollo
del método del Carbono 14 por espectrometría de acelerador
de masas o partículas, más conocido por C14 AMS, con
su escasísima necesidad de materia prima para análisis,
ha permitido aproximaciones de gran interés a la cronología
de muchas representaciones realizadas con materia orgánica,
aunque sus resultados deban tomarse aún con prudencia. La
buena serie de figuras analizadas procedentes de la cornisa cantábrica
(Moure et alii, 1997), y las altas fechas, de más
de 30.000 años, confirmadas para la Grotte Chauvet, conforman
un nuevo referente cronológico impensable hace unos cuantos
años (Clottes, Courtin y Valladas, 1996).
La dificultad en la obtención de cronologías
sobre materiales no orgánicos, como las pinturas a base de
óxidos, es aún un grave problema para la investigación,
que intenta arbitrar nuevos métodos para conseguir dataciones.
Es el caso de la pionera aplicación de la Termoluminiscencia
para datar las costras estalagmíticas que recubren los grabados
rupestres aplicado en el yacimiento vizcaino de Venta de la Perra
(Arias et alii: 1998/1999). Hasta que se alcance una solución
satisfactoria en estos casos continuará la imprecisión
cronológica para muchas de las representaciones, imposibilitadas
de una datación directa. Un ejemplo muy cercano es el auténtico
viaje en el tiempo que ha sufrido el Arte Levantino, que desde fechas
paleolíticas parangonables al arte franco-cantábrico
ha pasado a situarse en el Epipaleolítico postglaciar y a
aterrizar finalmente en el Neolítico antiguo. Este caso presenta
un interés especial, debido a que muestra cómo son
las distintas orientaciones de la investigación las que han
provocado este cambio de postura. En efecto, no sólo se trata
del descubrimiento del Arte Macroesquemático como anterior
al Levantino, sino su relación con motivos decorativos de
la cerámica cardial, conocida desde hacía tiempo y
en la que nadie había sabido ver determinadas figuras paralelizables
con las del Arte Rupestre (Martí y Hernández,
1988). Además, el análisis de la estructura interna
del Arte Levantino en contraposición con el del Paleolítico
Superior realizado por Criado y Penedo (1989) recogiendo y
enriqueciendo aquella famosa lista de "diferencias entre el
Arte franco-cantábrico y el Arte Levantino" elaborada
por Almagro (1952) y pregunta obligada en los antiguos exámenes,
ha revelado que sus características debían responder
a un tipo de sociedad muy distinta a la de los cazadores-recolectores
pleistocénicos.
Sin embargo, de nuevo el método del C14 AMS
abre algunas puertas para estas pinturas al aire libre, dado que
en ellas han podido quedar mínimas cantidades de materia
orgánica procedentes de la madera o los pelos del pincel,
de cera de abeja, de hongos o, en el caso de que el aglutinante
de la pintura proceda de un organismo vivo, de grasa animal, clara
de huevo, sangre u otros componentes. La extracción de las
muestras está perfeccionándose con ayuda de nuevas
tecnologías, como el método del plasma de oxígeno,
dirigido a la recuperación del carbón orgánico
molecular, o el método de la Fotooxidación inducida
por láser, que combustiona con el carbón y descompone
los minerales de oxalato. Ambos sistemas permiten la recuperación
de la materia orgánica incluida en otros soportes minerales,
como la pintura o la propia roca, pero necesitan perfeccionarse,
ya que aún precisan una cantidad excesiva de materia prima
para análisis (Watchman et alii: 2000).
La dificultad en la asignación de cronologías
afecta especialmente a los paneles decorados que no emplean colorantes,
sino que están simplemente grabados, tanto en cuevas como
al aire libre. La polémica más reciente es la levantada
por Bednarik (1995), quien considera que todas las manifestaciones
de arte rupestre al aire libre descubiertas en fecha reciente Foz
Coa y Mazouco en Portugal, Piedras Blancas en Almería, Domingo
García en Segovia, Siega Verde en Salamanca, etc- son modernas,
ya que si se hubieran realizado en el Paleolítico los agentes
erosivoslas hubieran destruido. Al margen de que tanto los estudios
en profundidad (Zilhao, 1995) como los recientes hallazgos refutan
esta opinión, la discusión generada nos induce a pensar
que los métodos que calibran el desgaste de las superficies
rocosas en medios abiertos deben ser perfeccionados, máxime
cuando en ciertos lugares de América o Australia, los análisis
mineralógicos detallados llevados a cabo por A. Watchman
y otros científicos han permitido conocer el modelo evolutivo
de la erosión en los surcos grabados, así como obtener
microelementos como la sal de oxalato de calcio, y otras sustancias
que, como acabamos de ver, son a su vez susceptibles de ser sometidas
al análisis del C14 AMS.
Pero la mejora en las técnicas descriptivas
y de fechación del arte prehistórico no son ni mucho
menos las únicas novedades que se han producido en los últimos
años. A la identificación y ordenación de motivos
que buscaba la propuesta de la magia cazadora, como defendieron
Reinach (1903) y Breuil (1974) siguió la revolución
que supuso la aparición del Estructuralismo en el análisis
del arte, a través de investigadores como M. Raphael (Chesney,
1991), Laming Emperaire (1962) y, como autor más destacado,
Leroi Gourhan.(1971) Esta tendencia consideraba el arte como un
lenguaje expresivo en el que el significado se encontraba tanto
en los términos o figuras como en su sintaxis o situación.
Los lugares con arte rupestre no debían ser considerados
como un agregado de imágenes aisladas, sino como un conjunto
en el que las conexiones eran claves para entender el mensaje codificado.
Según esta propuesta, hasta entonces los investigadores no
se habían situado en el lugar adecuado para comprender el
mensaje.
Un anuncio popularizado hace unos meses por la televisión
nos presentaba un bar en el que un personaje no demasiado sofisticado
cantaba un canción sólo de tres notas mientras barría
el local. En un determinado momento, salía a la carretera
para ver pasar a toda velocidad el vehículo del que salía
este sonido, pero éste iba tan rápido, que a la altura
del bar únicamente se podían oir esas tres notas.
Por el contrario, los personajes que iban dentro del coche, con
un sistema musical incluido en el precio del mismo, podían
disfrutar de la canción completa, y por tanto el espectador
sólo entiende de qué melodía se trata cuando
la cámara se introduce en el vehículo. En cierta medida,
ésto es un poco lo que se pretendía con la adopción
de la nueva perspectiva propuesta por el Estructuralismo. La observación
del conjunto de las áreas decoradas y no de las figuras como
yuxtapuestas unas a otras abrió las puertas a la convicción
de que las manifestaciones artísticas podían ser comprendidas
como una composición coherente y significativa.
Las implicaciones de esta hipótesis hicieron
cambiar significativamente no sólo la forma de pensar, sino
la forma de trabajar en los yacimientos con arte, ya que del registro
individual se pasó a una dimensión espacial, en la
que debía definirse la relación que los temas representados
tenían entre si, la delimitación de los paneles decorados
o la definición de la topografía de la cueva. Han
sido muchos las investigaciones que han seguido las propuestas de
Leroi-Gourhan, como los de Sauvet y Wlodarczyc (1995), incluyendo
una rigurosidad en la documentación que faltaba en los trabajos
originales.
A la perspectiva del yacimiento como conjunto debemos
unir el empuje que la tendencia de la Nueva Arqueología adquiere
muy a finales de los años 60 en el campo del Paleolítico.
En esta propuesta se renuncia de partida a la comprensión
de la leyenda concreta que pudieron transmitir las manifestaciones
artísticas, pero al considerar que el simbolismo es un elemento
dependiente de la estructura de la sociedad y de su relación
con el entorno, resulta posible realizar preguntas relacionadas
con la utilidad social del arte, puesto que las representaciones
están en último término condicionadas por el
propio funcionamiento de la sociedad. El desarrollo de la Arqueología
Espacial en esta línea de trabajo arqueológico, la
estrecha relación que se propone entre el sistema social
y el subsistema simbólico, y el perfeccionamiento de los
métodos científicos aplicados a la Arqueología
que se produce en este momento, van a proporcionar un nuevo salto
en la lectura de las obras de arte. El especialista las mirará
desde algo más lejos, situándose en los lugares de
habitación, y observando la realización de obras artísticas
como una actividad más de su vida cotidiana. Se destacará
el aspecto adaptativo y funcional del arte como elemento cohesionador
de los grupos humanos y residuo material de sus identidades étnicas
y de sus relaciones ritualizadas con otros grupos vecinos Gilman
(1984). Así hay que entender trabajos tan conocidos como
los de Conkey (1980) sobre los lugares de agregación, o como
los de Gamble (1982), definiendo las estatuillas de las llamadas
"venus" como una muestra del alcance de las relaciones
intergrupales en las primeras fases del Paleolítico Superior,
movidas por circunstancias ecológicas específicas.
En definitiva, se producirá un acercamiento en la forma de
abordar el arte prehistórico desde la Arqueología
y la manera en la que la Antropología norteamericana estudiaba
el "Arte primitivo" que citábamos al inicio de
esta conferencia, y se volverá al uso de la analogía
etnográfica como recurso para el planteamiento de nuevas
hipótesis de trabajo el ejemplo más popular
recientemente es la propuesta del sudafricano Lewis-Williams (1991)
de que parte de las manifestaciones artísticas del Paleolítico
Superior europeo han sido realizadas en estados de trance, al igual
que sucede en muchos otros grupos humanos que practican el arte
rupestre- (Layton, 2000).
Con el apoyo de las diferentes propuestas
que he venido enumerando se desarrollarán trabajos de gran
interés, que empiezan a correlacionar las distintas manifestaciones
artísticas con las sociedades que las practicaron, y se emplearán
técnicas de análisis más depuradas aprovechando
los avances tecnológicos de cada momento. Se observa también
un interés por la cuantificación y la demostración
o refutación de hipótesis concretas, lo que introduce
un dinamismo considerable en los estudios especializados. Por ejemplo,
relacionando los restos de fauna consumida en el yacimiento y la
fauna pintada o grabada en el interior de las cuevas del Paleolítico
Superior se pudo saber a través de trabajos como los de Altuna
(1994) que, aunque en general los animales representados son de
interés cinegético, hay especies como el caballo que
tienen un gran peso figurativo y sin embargo son poco frecuentes
entre la fauna cazada. En todo caso, se pudo comprobar que el conjunto
de animales representados no coincidía proporcionalmente
con aquellos que eran cazados, al contrario de lo que proponía
la hipótesis de la magia cazadora.
También se apreció que en el arte
paleolítico había una selección de motivos
que primaba a los animales grandes y poderosos frente a los de tamaño
medio o pequeño, faltando casi totalmente las alusiones al
paisaje vegetal. Ésto movió a publicar los primeros
estudios que introdujeron conscientemente el tema del género
en el arte, al hacer notar que el universo económico femenino,
previsiblemente basado en la recolección y en la captura
de animales de tamaño reducido, quedaba inédito estas
manifestaciones (Faris, 1983) . Posteriormente, y vinculados a propuestas
de tipo post-procesual, se ha comenzado a "buscar" a la
mujer en el arte prehistórico, o al menos a no erradicarla
de este tipo de estudios, como sucedía anteriormente (Conkey,
1997).
Desde el lugar de hábitat hasta los paneles
decorados, ha empezado a estudiarse de forma sistemática
el proceso por el que los artistas llegaron a concebir y finalmente
a realizar su obra. De nuevo aquí son las cuevas las que
han recibido más atención, debido a la fácil
correlación entre el campamento, situado en su misma boca,
y el espacio interior, lo que define un área limitada y abarcable
para la investigación, que a su vez tiene unas especiales
características debido a su propia estructura y sobre todo
a su oscuridad. En este marco se han recuperado algunos estudios
dedicados a aspectos olvidados, como la música, proponiéndose,
por ejemplo, que ciertas decoraciones en algunas cuevas están
en relación con las propiedades sonoras que presentan las
salas y galerías. Así, en las áreas con mayor
capacidad de amplificación se situarán preferentemente
figuras de herbívoros, lo que indicaría que mediante
sonidos provocados se podría escenificar la presencia de
estos animales. Por el contrario, los felinos y en general los depredadores,
tenderán a situarse en las zonas más silenciosas de
las grutas, respondiendo a la propia forma de actuar de estos carnívoros.
Por desgracia, desde los trabajos de Reznikoff y Dauvois (1988)
hasta los de S. Waller (1993), nadie ha sido capaz de encontrar
una pauta regular que asocie las zonas de las cuevas con mayor sonoridad
y el tipo de representación que albergan. Sin embargo, ésto
nos permite recordar que el estudio del arte y las posibles ceremonias
que llevaron a su realización o a su empleo no se limitaron
seguramente a una labor silenciosa de grabado o pintura, sino que
otras artes, como la música, pudieron cumplir un papel importante
en el desarrollo de los rituales.
El espacio interior de la cueva fué considerado
como un lugar de tránsito, y concebido como el escenario
por el que las personas se movían y actuaban hasta llegar
a los paneles decorados. El excelente trabajo de Moure y González
Morales (1988) sobre la cueva de Tito Bustillo nos descubrió
en su interior referencias topográficas, balizamientos e
itinerarios cambiantes conforme la topografía de la cueva
había también cambiado en el momento de su uso. La
ichnología, o disciplina que estudia las huellas, ha podido
reconocer en las cavidades recientemente descubiertas multitud de
rastros animales y humanos que habían pasado desapercibidos
durante años, a pesar de que Cartailhac y Breuil ya las observaron
en el Salón Negro de Niaux a principios de siglo La revisión
por especialistas de las huellas humanas en yacimientos como el
Reseau Clastres de Niaux y de Fontanet (Pales, 1976) o en Pech Merle
(Duday y García, 1983) ha permitido conocer de manera muy
cercana a las personas que penetraron en estas cavidades. Se puede
saber que en Reseau Clastres tres niños anduvieron uno junto
a otro a lo largo al menos de 20 m., siguiendo prudentemente el
borde de la pared, y avanzando con pasitos cortos hasta que se detuvieron
en una zona resbaladiza, quedándose los de los laterales
algo más retrasados que el del centro.
Nos acercamos así a un aspecto poco abordado
habitualmente por los arqueólogos,y que sin embargo en el
mundo del arte resulta posible y necesario: conocer a una sociedad
no sólo a través del resultado de sus acciones como
grupo, sino a través de aquello que es obra de un individuo
concreto. Muy pocos estudios han sido realizados desde el punto
de vista del pintor o grabador. Pioneros en este campo
pueden considerarse los trabajos de Apellániz, que mediante
estudios de detalle ha conseguido fijar criterios para detectar
la autoría de ciertas obras (Apellániz y Calvo Gómez,
1999). Creo también que la investigación desarrollada
en su Tesis Doctoral por Matilde Múzquiz es un magnífico
ejemplo en esta línea, y probablemente pocas personas habrán
estado más cerca del pintor original de Altamira (Múzquiz,
1994; Múzquiz y Saura, 2000). Estudiar una obra desde el
punto de vista artístico supone reconocer la forma en que
el autor diseñó su trabajo, llegando así no
sólo a reproducir mecánicamente su obra, sino a entender
su propioproceso creativo, sus planteamientos, sus preferencias,
su forma de trabajar e incluso, probablemente, alguna que otra manía.
Este tipo de análisis se ha llevado a cabo también
en el arte mueble, desde el espléndido trabajo de Ignacio
Barandiarán sobre el proceso gráfico con el que se
realizaron los grabados de huesos como el de Torre, en Guipúzcoa
(Barandiarán, 1984).
Pero además de hablar de autores es preciso
tener en cuenta también el punto de vista del observador.
Muchas de las obras de arte fueron hechas para ser contempladas,
o al menos para saber que existían en un cierto lugar. Sus
autores probablemente contaron con el efecto que producirían
en los espectadores, seleccionando emplazamientos, y decidiendo
el diseño y la realización de la obra de acuerdo a
su posterior visualización. A su vez, los espectadores
debían mirar para reconocerlas, lo cual supone todo un proceso
de "escaneo" visual de las mismas en el que influye su
visibilidad, su posición respecto a la persona, su tamaño,
su carácter reconocible, la iluminación de la que
se dispone y diversos otros factores. Los estudios que desarrolló
el psico-físicoYarbus en los años cincuenta para definir
la manera en la que una persona desplazaba su mirada por una fotografía
hasta que su imagen quedaba comprendida y fijada en su retina, ha
servido a Eastham (1999) como modelo para saber de qué manera
la estructura de la imagen prehistórica guía al espectador,
aunque como es lógico, el bagaje social, de experiencias
y conocimientos de éste es crucial a la hora del análisis
de las figuras.
El propio trabajo de localización y preparación
del colorante o del instrumental lítico necesario para realizar
los grabados es un tema de gran interés, como también
lo es determinar exactamente la composición de la pintura
a través de análisis, hoy muy perfeccionados desde
los realizados a principios de siglo por Moissan en Font de Gaume
y La Mouthe. Los procedimientos analíticos han permitido
comprobar no sólo la aplicación directa de colorantes
naturales, sino la preparación de auténticasrecetas
añadiendo cargas para economizar pigmentos y conseguir una
mayor homogeneidad en la mezcla (Couraud, 1988; Clottes, Menu y
Walter, 1990). Trabajos recientes permiten igualmente corroborar
el uso del calor en la obtención de diferentes matices de
color (Pomel et alii, 1999). En definitiva, toda una serie
de medidas que implican el conocimiento de ciertas propiedades y
reacciones de los elementos con los que se trabaja.
La necesidad de invertir un tiempo a veces largo
en la decoración de un panel, y el propio desplazamiento
por el interior de las cuevas implica unas necesidades básicas
de iluminación. Las antorchas manchadas en grasa que Cartailhac
ya consideraba inviables, como argumentó para rechazar la
cronología paleolítica de las Cuevas de Altamira,
se han visto sustituidas en la evidencia arqueológicas por
lámparas de piedra, cuyos restos ha sido posible localizar
en muchos yacimientos, a menudo almacenadas en rincones protegidos
para ser empleadas repetidas veces. Los análisis químicos
de Beaune y White (1993) demostraron que el combustible era animal,
y que las mechas se hicieron con líquenes, musgo, enebro
y coníferas. La existencia de lámparas por así
decir " naturales", insertando una mecha vegetal en el
tuétano graso de un hueso debió ser también
un recurso habitual, como señaló Múzquiz en
su recreación de las pinturas de Altamira.
Todo este bagaje de propuestas, descubrimientos
y tecnología de trabajo se resume hoy en los nuevos proyectos
de investigación que abordan las manifestaciones artísticas
prehistóricas. Hasta ahora he hablado casi en exclusiva del
arte rupestre del Paleolítico Superior practicado en las
cuevas, y de hecho estas investigaciones siguen siendo punteras
en este campo. Sólo con consultar la página web del
Departamento de Prehistoria de la Universidad de Cantabria (http://grupos.unican.es/prehistoria/enlaces2/htm)
se puede apreciar hasta qué punto se están llevando
a cabo investigaciones novedosas, que no sólo cuentan con
los mejores equipos, sino que tienen la fortuna de estudiar yacimientos
vírgenes y por tanto excepcionales como la Cueva de La Garma
(Arias Cabal et alii, 1999).
Sin embargo, no quiero dejar de señalar cómo
en los últimos años la investigación está
reflejando tanto un cambio de rumbo como una ampliación del
espectro de estudios innovadores dedicados al arte prehistórico.
En este sentido hay que conceder una responsabilidad especial a
la llamada "Arqueología del Paisaje", que ha articulado
unas proposiciones de trabajo en las que se dan cita tanto la perspectiva
estructuralista como la metodología de investigación
espacial desarrollada por la Arqueología Procesual. Asumiendo
algunos de los principios desarrollados por la Arqueología
Simbólica o Radical de I. Hodder, se retoma la consideración
ya advertida por los antropólogos norteamericanos de que
el simbolismo de una sociedad no se limita a ciertas actividades
concretas ordenadamente distribuidas a lo largo del año,
como sucede en el mundo occidentalactual, sino que impregna todos
los aspectos de la vida cotidiana, y se materializa tanto en objetos
y lugares específicos como en el entorno que conforma el
espacio vital de los grupos humanos. El arte interacciona con todos
los restantes aspectos de la vida, y ejerce un papel importante
ligado a la ordenación del mundo, tanto de los vivos como
de los muertos (Santos y Criado, 1998).
Asumir este concepto quizás ha sido más
fácil para la investigación del arte que se situa
al aire libre, en los objetos de uso cotidiano o en las sepulturas
y monumentos vinculadas a los poblados, dado que estas manifestaciones
parecen insertarse con más facilidad en la dinámica
de implantación de la sociedad en su espacio, mientras que
las representaciones de las cuevas hacen precisamente lo contrario,
es decir, aislan las imágenes, sustrayéndolas a la
ocupación del paisaje exterior (Balbín Behrmann y
Alcolea Jiménez, 1999). Lo primero que debemos resaltar es
la "percepción" de nuevas manifestaciones paleolíticas
grabadas a lo largo de grandes extensiones de terreno, como las
ya citadas de Domingo García (Ripoll López y Municio
González, 1994) Siega Verde (Balbín Behrmann et
alii, 1994), Mazouco o Foz Coa (Martinho Baptista, 1999), y
muchas otras que seguramente aparecerán en los próximos
años. Los grupos de cazadores paleolíticos dejaron
su paisaje marcado con representaciones zoomorfas y antropomorfas
del mismo estilo que las realizadas en las cuevas (Bahn, 1995).
Los estudios que se están realizando en los yacimientos portugueses
han planteado no sólo un análisis de las propias figuras,
sino su vinculación con la red de asentamientos que se situan
en el territorio inmediato, para encontrar las relaciones que existen
entre el aprovechamiento del entorno y su expresión simbólica.
En el caso del Arte Megalítico, la aplicación
de las nuevas técnicas de estudio en el interior de las sepulturas
ha cambiado radicalmente, adoptándose un sistema de trabajo
muy similar al que se aplica en las cuevas. El análisis riguroso
de la arquitectura funeraria y de las representaciones que alberga
ha permitido así reconocer nuevas grafías y detectar
numerosos casos de empleo de la pintura, que antes se consideraba
excepcional. Asimismo, el estudio de las relaciones de las figuras
entre sí y de su emplazamiento topográfico dentro
del sepulcro han permitido reconocer pautas de organización
interna de los monumentos que se han relacionado con factores simbólicos
y rituales (Bueno Ramírez y Balbín Behrmann, 1998).
El hecho de que estas edificaciones hayan sido construidas por el
ser humano supone además que hay una elección en el
emplazamiento, que por tanto podrá ser también
estudiado desde el punto de vista espacial de acuerdo con planteamientos
simbólicos y logísticos relevantes para los grupos
humanos correspondientes.
También el Arte Rupestre Levantino, o el
Esquemático, ligados durante mucho tiempo a estudios fuertemente
descriptivistas, están dando un giro notable, y podemos apreciar
diversos intentos para comprenderlo tanto a través del estudio
interno de sus propias representaciones como en relación
a su entorno geográfico. El modelo de trabajo al que se acercan
muchos de las investigaciones que han sido iniciadas recientemente
se inspira en los proyectos desarrollados desde hace algunos años
por el Grupo de Arqueología de Paisaje de la Universidad
de Santiago de Compostela, que intentan contextualizar espacialmente
y entender el sentido de los numerosos paneles de petroglifos que
se distribuyen por el paisaje gallego. Para ésto es preciso
definir individualmente los motivos, sus asociaciones en paneles
y a su vez los conjuntos que forman los yacimientos (Criado Boado
y Villoch Lastres, 1998) . Desde aquí saltamos a una escala
geográfica más amplia en la que se integra información
sobre la visibilidad de y desde las áreas decoradas, sobre
su relación con los restantes accidentes del paisaje, con
las líneas de tránsito y desplazamiento por la zona,
y con los puntos donde el ser humano desarrolla su actividad de
vivienda, almacenaje, explotación agrícola y ganadera
y su control del territorio. Estudios de este mismo tipo realizados
en otras zonas del mundo, como el río Colorado en Norteamérica,
han permitido igualmente reconocer que la posición de los
abrigos decorados se ordena en función de los lugares a los
que se asocian, y que sus figuras varían si se emplazan en
controles de camino o en la protección, por ejemplo, de los
almacenes donde la población esconde y acumula sus reservas
alimentarias (Hartley y Wolley Vawser, 1998).
Realizar todo ésto de una forma eficaz no
sería posible sin la ayuda de nuevas y potentes herramientas
ligadas a la gestión de los datos seleccionados. La tradicional
ficha descriptiva de los motivos decorativos y de su emplazamiento
es sustituida por bases de datos de carácter relacional,
que permiten cruzar una información mucho más compleja,
lo cual precisa, eso si, definir claramente y jerarquizar todos
los aspectos del análisis. Además, puesto que el factor
espacial es clave, se impone el uso de los Sistemas de Información
Geográfica, que en sus diferentes capas nos acumulan y correlacionan
los distintos aspectos del estudio con sus referencias geográficas.
Ésto implica una formación compleja en las técnicas
informáticas más innovadoras y un largo trabajo de
procesado de la información. En definitiva, se hace imperativo
el trabajo en equipo y la vinculación a conocimientos ligados
con otras disciplinas (Montero Ruiz et alii, 2000; Vicent
et alii, 1999).
Pero de nada sirve una mayor complicación
tecnológica si las preguntas que realizamos al registro arqueológico
son las tradicionales. En este sentido, ha existido desde hace tiempo
una grieta entre planteamientos teóricos y estudios empíricos.
Como ha señalado hace muy poco tiempo M. Conkey (2000), los
arqueólogos norteamericanos que han trabajado en la Península
Ibérica han sido tachados habitualmente de "teóricos",
lo que, como ella dice, no era precisamente un cumplido. Se suponía
que el interés por la teoría movía a un investigador
a separarse inmediatamente del nivel empírico, y de hecho
era frecuente que mientras los estudios más tradicionales
tuvieron siempre como motivo el estudio directo o bibliográfico
de paneles, pinturas y objetos concretos, los que partían
de planteamientos teóricos más explícitos a
menudo hablaban del arte sin mencionar ni conocer a forndo las evidencias
específicas en las que debería basarse la comprobación
de sus presupuestos. En la actualidad la necesidad de una fundamentación
teórica que de sentido a la compleja instrumentación
técnica que se despliega es un hecho aceptado casi por todos
(Ramos Muñoz, Cantalejo Duarte y Espejo Herrerías,
1999). Para ello, uno de los caminos más fructíferos
es el de los estudios historiográficos, que permitirán
una reflexión seria y crítica sobre los pilares en
los que se ha fundamentado la investigación. Se ha dicho
muchas veces que una disciplina que no reflexiona sobre su propia
historia no ha alcanzado la madurez. En el caso del arte es preciso
ahondar en este aspecto, que apenas se ha tratado en relación
al arte paleolítico o levantino.
Todos estos avances de la investigación son
necesarios, no sólo para la generación de nuevos conocimientos,
sino para ponerse al servicio de dos necesidades urgentes en el
momento actual, como son la conservación y la difusión
del partimonio arqueológico constituido por el arte prehistórico.
Es un hecho evidente que la presión humana y ambiental especialmente
la primera- ha llevado a una situación de pérdida
del registro artístico en unas ocasiones y de amenaza severa
en otras. En este sentido, es preciso afinar las metodologías
de documentación y almacenamiento de una información
que, a pesar de estar protegida por la legislación, corre
el peligro de perderse en un plazo relativamente breve (L´Art,
1998). Es evidente que debe hacerse lo necesario para que los yacimientos
con arte consigan permanecer inalterados. La mayor parte del
registro arqueológico es recuperado de su ubicación
inicial y transportado para su estudio y conservación a un
Museo. Por el contrario, el arte debe permanecer en ellugar en el
que fue realizado, creando unas condiciones especiales para su análisis
y mantenimiento. Su "traslado" a un museo se realizará
a través de la documentación que se obtenga de él,
consistente en fichas, calcos, dibujos o fotografías. Ya
he hecho alusión anteriormente a los modernos sistemas que
están empleándose en este sentido y que siguen mejorando
con rapidez.
Sin embargo, la generación de archivos y bases de datos no
tiene únicamente un sentido en relación al inventario
de las representaciones y al progreso de la investigación.
Debemos ser conscientes de que, dadas las condiciones de deterioro
progresivo de las manifestaciones originales, estos archivos pasan
a convertirse a su vez en documentos históricos, en los que
se refleja el estado de la evidencia en un momento concreto. Es
preciso, por lo tanto, estar en condiciones de garantizar que los
documentos sean generados con la máxima precisión
y en soportes duraderos. No hace falta recordar que de algunos de
los abrigos con arte levantino o esquemático que fueron documentados
en este siglo el único testimonio que nos queda es el calco,
la fotografía o la descripción que tomó en
su día su descubridor. En este sentido puede ponerse como
ejemplo el ambicioso plan desarrollado por el Departamento de Prehistoria
del CSIC para la recuperación del denominado "Archivo
Gil Carlés", planificado en los años 70 por el
prof. M. Almagro Basch para formalizar un Catálogo de la
Pintura Rupestre Levantina. Este archivo, formado por más
de 6.500 fotografías y casi 2.800 fichas, constituye un auténtico
tesoro documental que, sin embargo, amenazaba también con
sufrir un pronto deterioro debido a la corta vida de las emulsiones
fotográficas empleadas en aquellos años (Vicent et
alii, 2000).
La realización de este trabajo ha contado
con varios objetivos prioritarios: primero, conseguir la estabilización
de las fotografías originales y duplicarlas mediante digitalización;
segundo, crear una base de datos documental que integrara las distintas
vertientes de la información y permitiera consultas ágiles
y complejas; en tercer lugar, difundir los contenidos de este Corpus
a través de la publicación electrónica. Los
resultados iniciales, centrados en abrigos del Barranco de La Valltorta
en Castellón, pueden ser consultados por internet y transferidos
al soporte deseado gráfico o informático-. La
expansión de este tipo de trabajos será en el futuro
una oferta de gran atractivo tanto para aficionados como para investigadores,
dada la calidad y la flexibilidad que aporta la información
digitalizada (González Sainz, C.; Cacho Toca, R.y Fukazawa,
T. 1999).
En la actualidad, por lo tanto, la conservación
y la difusión son dos de los aspectos que adquieren mayor
relevancia en relación al arte prehistórico (Herráez
Ferreiro, J. A. 1997; Arte, 1998). La consideración privilegiada
que tienen los yacimientos con arte rupestre en la legislación
española y el interés por su conservación,
que se ha traslucido en la declaración de extensas áreas
decoradas como Patrimonio de la Humanidad, dejan traslucir una preocupación
que no debe limitarse al mantenimiento de estas evidencias del pasado,
sino que debe asumir y afrontar la creciente curiosidad e incluso
el trato familiar que éstas despiertan entre la población,
y que precisa de una respuesta por parte de la Administración
y las instancias académicas. El nacimiento de numerosas asociaciones,
de revistas especializadas en formato tradicional y electrónico,
de congresos específicos en diversas partes del mundo, o
de un número creciente de monografías sobre el arte
de las sociedades prehistóricas hace evidente este interés,
que mueve tanto a profesionales como a aficionados, y que está
acelerando en los últimos años la información
disponible y disparando nuevas líneas de actuación
(www.serve.com/archaeology/rockart.html).
La puesta en valor y la difusión del Patrimonio
artístico prehistórico debe basarse en los avances
que ha generado la investigación, y a su vez inevitablemente
planteará preguntas nuevas que los investigadores deberán
acometer (Clottes, 1999). Se nos presenta, por tanto, el reto de
imbricar la investigación con la difusión a gran escala
bajo parámetros que primen la conservación de la evidencia
y su documentación exhaustiva. Si una imagen vale más
que mil palabras, y el arte prehistórico está compuesto
de imágenes, comprenderemos que haya mucho todavía
que indagar en este larguísimo mensaje que nos enviaron nuestros
antepasados más remotos.
*Publicado
originalmente en: http://www.ucm.es/info/arqueoweb/numero2_3/articulo2_3_CHAPA.htm
©2000. Cedido y autorizado por la autora especialmente para
Rupestreweb, julio de 2003.
¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com
Cómo
citar este artículo: CHAPA Brunet,
Teresa
. Nuevas
tendencias en el estudio del Arte Prehistórico.
En Rupestre/web, https://rupestreweb.tripod.com/tendencias.html
2003
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